Carlos Urdiales

Segundo tiempo; nueva táctica, mismo discurso

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Carlos Urdiales 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Para el segundo y último periodo del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, la nueva Legislatura en Cámara de Diputados y los contrapesos del Congreso demandan más negociación política. La confrontación retórica del Presidente está asegurada, es su naturaleza, convicción y gusto.

Más allá del discurso distractor de todos los días y todos los informes al pueblo que son, calca del anterior, por encima del animado juego sucesorio en el cual, pese a quien le pese, Morena lleva las de ganar en 2024.

Obviemos también el insulso juego reglamentario de la consulta popular revocatoria o ratificatoria de marzo próximo, que ganará el mandatario.

Debieron los anteriores legislar hace más de un año, hoy es apremio mayor y estampa de la calidad de las cámaras cuando mayoriteo y soberbia rigen. Hasta que se acaba.

La ausencia de una mayoría constitucional en diputados va a alterar la lógica y mecánica de trabajo del nuevo titular de Gobernación y sus apéndices legislativos.

Trabajo de zapa para someter o convencer primero a sus aliados que viven en su antípoda ideológica, los del PVEM. Pagando todo se puede. Y controlar los apetitos presupuestales y propagandísticos del PT.

Queda la coalición Va por México, único contrapeso probable. Negociar con PAN, PRI y PRD será tarea en tres pistas, en el Congreso con debate y sustento técnico, en los escenarios del 2024 que permitan ser oposición competitiva, no testimonial y la última que incide en las dos mencionadas, la mano de la FGR. Amenazando también se avanza.

Con más de la mitad de los gobiernos estatales disciplinados a la palabra presidencial, acaso Gobernación deba distraerse con Jalisco, Nuevo León, Chihuahua, Querétaro y Estado de México. El resto del país es territorio 4T. Oaxaca incluida. El segundo tiempo del sexenio respecto al pacto federal será terso.

¿Qué compromete el desenlace histórico de la administración de Andrés Manuel López Obrador? No sus adversarios, incapaces de articular argumentos contundentes, accesibles, masivos; tanto dato negativo esparcido en redes sociales y medios de opinión es arrastrado al fondo de la percepción popular por el poderoso, simple, provocador torrente verbal de Palacio Nacional.

Tampoco la oposición profesional, atrapada en intereses insulares que imposibilitan proyectar figuras capaces de ser opción viable y atractiva para el pueblo, frente a la demagogia populista, militarista, ineficiente, aislacionista, retrógrada que repudia. ¿Y luego? Nadie. Nada.

Tiempo que desgasta, expectativas no cumplidas, la extensión y profundidad de tragedias atomizadas por el desmantelamiento de servicios de salud, la cobertura se encogió y el desabasto creció; la trágica sumisión del Estado ante el crimen y la ilegalidad que campean robustas mientras la estrategia oficial atiende causas y reparte abrazos, eso sí amenaza.

La supervivencia de un entramado electoral autónomo y vigoroso, la incertidumbre que implica la democracia y la sabiduría popular que, por lo mismo, cambia, se altera y elige; impiden dar por cierto lo que a estas alturas es lo más probable. La consolidación de un personal estilo de gobernar.