David E. León Romero

Día mundial sin agua

JUSTA MEDIANÍA

David E. León Romero*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
David E. León Romero
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Desde 1993 se conmemora el Día Mundial del Agua, como una jornada internacional que busca crear conciencia entre los ciudadanos acerca de la importancia del agua para la vida humana, como una iniciativa de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

El problema no es nuevo, pero la crisis que provoca se agudiza día con día. El tema comienza a tomar mayor volumen, posiblemente porque ha comenzado a afectar a otros sectores de la población y regiones del territorio; y digo esto porque es de todos conocido que por décadas comunidades enteras han tenido que caminar kilómetros para obtener agua para satisfacer sus necesidades más elementales, o se han acostumbrado a que el agua corre por las tuberías muy de vez en cuando y es necesario limitar el uso y el consumo al mínimo. Es esa la resiliencia que diversos grupos sociales han desarrollado para vivir con lo mínimo. En contraste, otros muchos continúan utilizando agua potable para barrer patios, lavar coches, operar escusados y mingitorios y regar jardines.

Desafortunadamente, como en muchísimas otras asignaturas, ha sido la escasez y la necesidad lo que ha obligado al ser humano a ajustar su comportamiento y modificar sus hábitos de uso y consumo. De igual forma, aquellos que han vivido en abundancia no han despertado una gran conciencia del valor del agua y la importancia de racionar su aprovechamiento.

Resulta urgente implementar acciones para incrementar la eficiencia en la utilización del agua en las viviendas, la industria y el campo mexicano. La reutilización y el reciclaje deben ser obligatorios. Además, es necesario revisar las concesiones de aquellos grandes usuarios, que pague más quien más consume, y terminar de una vez por todas con las tomas y pozos clandestinos.

Es urgente una revisión de las tarifas que pagamos. Lo que no se mide no se administra, y lo que no se cobra no se valora. Resulta absurdo que quienes menos tienen y menos consumen son los que mayores tarifas pagan al tener que comprar una pipa cada determinado tiempo para llenar tambos y tinacos, mientras que otros grandes consumidores pagan tarifas mínimas por cada metro cúbico.

Uno de los hallazgos más importantes que demuestran el equívoco modelo de gestión que nos caracteriza es la enorme cantidad de agua embotellada que se consume en nuestro país, muestra de inequidad en la disponibilidad, ineficiencia en la distribución y mala calidad del agua que se oferta. Algunas fuentes sostienen que cada mexicano consume cerca de 300 litros de agua embotellada por año, cifra que representa más de 5 veces el consumo promedio mundial. Lo anterior prueba del gran fracaso que por décadas hemos construido que nos tiene hoy sumidos en lo más profundo de la crisis hídrica y que, desafortunadamente, en el horizonte no aparecen estrategias que pudieran brindarnos la esperanza de que la tendencia será distinta.

Si no emprendemos un plan nacional que permita modificar el modelo de gestión del agua en nuestro país, probablemente tengamos que cambiarle el nombre a la conmemoración que cada 22 de marzo se lleva a cabo.