Eduardo Marín Conde

La Mejor Película Mexicana

CINEBUTACA

Eduardo Marín Conde
Eduardo Marín Conde
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Esta semana se cumplieron 70 años del estreno de “Los olvidados”, la mejor película mexicana de la historia. Nunca ha dejado de asombrarme. Fue la tercera cinta del aragonés Luis Buñuel en México y significó el relanzamiento de su carrera cinematográfica.

Intenso, vital testimonio de la degradación social, reflejo del lado oscuro de la naturaleza humana, abundante en imágenes realistas de fuerza arrolladora. Además de su historia, posee un gran valor estético, en la que destacan la fotografía de Gabriel Figueroa, muy diferente del paisajismo que plasmaba con el Indio Fernández, y la escenografía del canadiense Edward Fitzgerald.

En sus memorias, Buñuel apunta que durante cuatro meses recorrió, casi siempre solo, las ciudades perdidas que rodean a la Ciudad de México, vestido con sus ropas más viejas, captando aspectos que luego plasmó en la película. “Observé cosas que me conmovieron y quise transportarlas a la pantalla, pero siempre con esa especie de amor que siento por lo instintivo, lo irracional”.

Incomprendido, ese relato crudo, sin complacencias, totalmente inusual en el cine mexicano de entonces, se adelantó a su época. La película suscitó un escándalo y recibió una lluvia de críticas negativas por parte de la prensa y de personajes de la cultura. Alguien escribió que era fantasioso que en una casona mísera hubiera una cama de bronce, pero Buñuel afirmaba que él mismo fue testigo de ello. Hasta el staff de la filmación mostró su rechazo. La escena en la que Stella Inda no admite a su hijo (Roberto Cobo) de regreso a su casa, provocó que la peluquera renunciara porque dijo que ninguna madre mexicana rechazaría a un hijo. El propio Buñuel cuenta que un técnico le preguntó por qué no hacía “una verdadera película mexicana en lugar de una película miserable como esa”.

En la premier en la CDMX, gran parte de los asistentes salió indignado, incluyendo a Lupe Marín, esposa de Diego Rivera, o la esposa del poeta Luis Felipe, quien le gritó a Buñuel que había cometido un horror contra México. Todo cambió a partir del Festival de Cannes de 1951, donde fue favorablemente recibida y ganó el premio a Mejor Director. Pero incluso el mismo Jaime Torres Bodet, brillante poeta, entonces embajador en París, consideró que la cinta deshonraba a nuestro país.

Por eso, se engrandece más la apasionada y lúcida defensa que del filme hiciera Octavio Paz, quien personalmente distribuyó afuera de la sala un impecable texto suyo, que luego publicaría un diario francés. Otra prueba de su grandeza intelectual. La película, escribió, “es precisa como un mecanismo, alucinante como un sueño, implacable como la marcha silenciosa de la lava… Esos niños son mexicanos pero podrían ser de otro país, habitar un suburbio cualquiera de otra gran ciudad. En cierto modo no viven en México ni en ninguna parte: son los olvidados”.

Lamentablemente esa ceguera nacionalista sigue prevaleciendo en nuestro país, donde la autocrítica es tachada de malinchista.