VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

¿Quién ganó en las elecciones en Líbano?

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Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Esta semana se celebraron las primeras elecciones en Líbano desde las protestas masivas de 2019, en las que cientos de miles de ciudadanos exigían al gobierno a renunciar ante su incapacidad de contener una crisis económica que convirtió a Líbano, uno de los países más prometedores en la región, en un país de pobres.

Según datos de las Naciones Unidas, más del 80 por ciento del país vive hoy bajo la línea de la pobreza; y todos los servicios básicos en el país, desde el abastecimiento de medicinas hasta la recolección de basura, han colapsado. A primera vista los resultados de los comicios parecen prometedores: los candidatos independientes que surgieron a raíz de las protestas lograron conseguir, en contra de toda la maquinaria política de los partidos tradicionales, el diez por ciento del parlamento; y el grupo paramilitar y partido político aliado de Irán, Hezbolá, perdió la mayoría. Sin embargo, la derecha cristiana, que se fortaleció a expensas de los aliados cristianos de Hezbolá, no cuenta con los asientos suficientes para formar una coalición. Se esperan largos meses de negociaciones poco fructuosas y de parálisis política, en el peor momento que vive el país desde la guerra civil de 1975-1990 entre las distintas facciones etnorreligiosas que dejaron más de 120,000 muertos.

La polarización política se ha convertido en uno de los problemas centrales para la supervivencia de los regímenes democráticos alrededor del planeta. En sistemas presidenciales, como el caso de Estados Unidos, el bipartidismo, es decir, la cooperación entre distintas facciones políticas para avanzar agendas conjuntas, ha ido desapareciendo poco a poco. Sin embargo, la ventaja de los sistemas presidenciales como el de México o Brasil es que, por su diseño, las elecciones siempre arrojan a un ganador. En sistemas parlamentarios como en Bélgica e Israel, en donde se necesita de una mayoría en el parlamento para elegir a un primer ministro, la polarización política ha paralizado, algunas veces por años, a los sistemas políticos; cuando las distintas facciones no pueden lograr ponerse de acuerdo para formar un gobierno de coalición, la alternativa son más y más elecciones.

En el caso de Líbano, un país dividido entre tres grupos étnicorreligiosos (musulmanes chiitas, musulmanes sunitas y cristianos), formar una coalición gobernante se ha vuelto casi imposible. Después de la guerra civil, las distintas facciones lograron un acuerdo que divide el parlamento en partes proporcionales entre los grupos religiosos, así como los puestos de primer ministro (para los sunitas), presidente del parlamento (para los chiitas) y presidente del país (para los cristianos maronitas). La base de este acuerdo pretendía evitar el conflicto armado entre las partes y la dominación de un solo grupo. Sin embargo, particularmente en la última década, este arreglo se ha traducido en una parálisis política absoluta que ha resultado desastrosa para el país, como lo demostró la explosión en el puerto de Beirut en 2020 que dejó más de 200 muertos y hundió aún más al país en una crisis económica.

La única solución que se deja entrever en el largo plazo para Líbano es la formación de partidos multiétnicos con base en posturas ideológicas y no en pertenencias etnorreligiosas. Sin embargo, por tener una sociedad cicatrizada por una guerra civil de más de 15 años, parece que le esperan largos años de parálisis política que pondrán en duda la legitimidad del sistema democrático libanés.