Gabriel Morales Sod

El hilo del caos

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
Gabriel Morales Sod
Por:

No encuentro otra palabra para describir la época en que vivimos sino caos. Parece como que, sin darnos cuenta, un sinnúmero de crisis pequeñas y grandes, hubieran surgido de la nada, enfrentándonos contra una fuerza sin precedentes de dirección desconocida. Sin embargo, con excepción de la pandemia mundial, no hay nada nuevo bajo el sol.

Año con año hemos visto cómo las instituciones democráticas que parecían inamovibles se desmoronan; cómo nuestro sistema económico ha creado un mundo extremadamente desigual, donde las masas transfieren el fruto de su trabajo a unas cuantas empresas transnacionales que, a través de donaciones, legales e ilegales, han transformado a los sistemas políticos en peones de sus monopolios; cómo las promesas tecnológica y de comunidad de las redes sociales se han convertido en una amenaza a la estabilidad, volviéndonos adictos a la lluvia de noticias y comentarios que, sin ninguna supervisión, sólo han acrecentado la polarización ya de por sí incisiva.

La corrupción y el contubernio de aquellos que concentran el capital y el poder político se han vuelto un obstáculo que parece imposible sortear. La solución no es sino poner fin a este matrimonio arsénico; obligar a nuestros gobiernos a salvar a sus ciudadanos y no a las grandes empresas; a invertir masivamente en sistemas de salud y seguridad social y no en cortes de impuestos para unos cuantos; a otorgar contratos a los mejores postores y no a los más cercanos; a salvaguardar la salud de las masas y no de las aseguradoras y farmacéuticas. Sin embargo, parece imposible romper con este sistema. Después de años de inteligente inversión, los grandes empresarios controlan a nuestros políticos, a las redes sociales, a los sistemas de distribución de bienes y en muchos casos a la prensa.

Ante esta disyuntiva, muchos han optado por seguir a líderes que prometen un regreso al pasado, soluciones mágicas que, casi siempre, implican la opresión de una minoría como medida central. La crisis del coronavirus, no obstante, logró lo que la oposición fue incapaz de hacer: mostrar que una crisis verdadera no se puede enfrentar con odio y fake news. La crisis hizo también algo más, poner en evidencia, para aquellos que se negaban a verlos, problemas que venimos cargando desde hace décadas: el incremento de la desigualdad, la corrupción política, la inequidad racial, el desmembramiento de la democracia y de los sistemas de bienestar social.

Fui el sábado pasado a una manifestación en contra del Gobierno de Netanyahu en Jerusalén. A simple vista, parecía como si no hubiera coherencia alguna entre los manifestantes más allá de un enojo que no se había visto en más de una década. Había quienes denunciaban la corrupción del líder, otros los ataques al sistema judicial, varios gritaban consignas sobre la profunda crisis económica y algunos más en contra de la ocupación israelí. Sin embargo, a pesar de las diferencias, la plaza pública se convirtió en un espacio seguro para todos los manifestantes, nadie osó retar la legitimidad de las protestas de los demás. Y es que más allá del aparente caos hay un hilo conductor, la demanda de regresar el poder a los ciudadanos, de democratizar las decisiones, de reconstruir o construir un nuevo sistema donde el bienestar de la población, y no de unas cuantas familias que se turnan puestos de poder al frente de empresas y del gobierno, sea no sólo el principal sino el único objetivo del Estado.