Gabriel Morales Sod

Historias de israelíes que tienen que contarse

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Los invito por un momento, aunque sea sólo por unos cuantos minutos, a dejar de lado la discusión política. Detrás de cada guerra, de ambos lados de la frontera, y lejos de los titulares, las cámaras y las discusiones ideológicas, hay siempre seres humanos. Padres, madres, hermanos, cuya influencia en los sucesos que conllevan a los conflictos es nula, pero a quienes las guerras terminan destrozando sus vidas.

La semana pasada tuve la oportunidad de entrevistar a Jon y Rachael Polin, cuyo hijo, Hirsch, está en estos momentos secuestrado en Gaza. Hirsch, de tan sólo 23 años, es un joven tranquilo. Su madre no recuerda ninguna pelea fuerte con él. A Hirsch le apasiona la música, y el 6 de octubre, como otros miles de israelíes y extranjeros, asistió al festival de música electrónica en el sur del país que culminó en una terrible masacre. Cuando Hirsch y sus amigos, en medio de la música, se dieron cuenta de que decenas de terroristas habían comenzado a dispararles indiscriminadamente, corrió junto con otros jóvenes hacia su coche para intentar huir, sólo para descubrir que los terroristas, que habían planeado todos los detalles, les esperaban con armas largas en el estacionamiento. Hirsch y otros más corrieron a un refugio de bombas cercano y se encerraron para protegerse. Pero los terroristas estaban preparados con granadas y una tras otra granada intentaron asesinarlos. Cinco segundos tenían quienes estaban dentro para lanzar la granada fuera del refugio antes de que estallara. Sin embargo, varias granadas explotaron y los terroristas consiguieron abrir el refugio y disparar a los sobrevivientes. Hirsch perdió un brazo pero sobrevivió, y los terroristas lo llevaron secuestrado hacia Gaza. Esto lo sabemos porque una joven, enterrada bajo los cuerpos de los demás, sobrevivió al ataque. No se sabe si Hirsch está con vida. El sábado 7, Hirsch envió dos últimos mensajes a su madre “los amo” y “lo siento”. Sus padres luchan en estos momentos con todas sus fuerzas para contar su historia a la comunidad internacional y traer a Hirsch a casa.

A tan sólo unos cuantos kilómetros, los terroristas llegaron a la casa de Ora (nombre ficticio) en el Kibbutz Kfar Azza, a quien conocí ayer en una visita a un hotel con refugiados y sobrevivientes. Ora, sus dos hijos y dos nietos lograron encerrarse en el refugio antibombas de su casa. Su tercer hijo murió en combate intentando detener a los terroristas que llegaron a las afueras de su casa. Ora y su familia estuvieron en el refugio por 36 horas, sin comida, sin agua, mientras afuera los terroristas intentaban derrumbar la puerta y comenzaron un combate con soldados que llegaron a rescatarlos. Por 36 horas, la familia de Ora resistió. Entendimos, me dijo, que para sobrevivir teníamos que actuar como una familia. “Mi hija e hijo se turnaron para proteger la manija de la puerta, una hora uno y otra hora otro. Mi nieta estaba a cargo de la comunicación con el exterior, a través de su celular. Yo no tenía la fuerza para ayudar a detener la puerta o la habilidad tecnológica para usar el celular, pero entendí que mi labor era ser una madre, una abuela, darles ánimos para que pudiéramos sobrevivir.” Después de día y medio, un soldado logró pasarlos rápidamente hacia otra casa, pero los terroristas seguían adentro, así que el ejército derrumbó su casa, en la que había vivido por 45 años. Ora, de 70 años, se ha dedicado en la última década a ser una activista por la paz y a dirigir círculos de conversaciones entre israelíes y palestinos. No se cómo, me dijo, pero aún creo en la paz. Éstas son sólo dos de cientos de historias de civiles, de humanos, de padres, de madres, de hijos y hermanos. Éstas son historias que se tienen que contar.