La belleza y la muerte

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El 2 de diciembre de 1805, en las cercanías del poblado de Austerlitz, el ejército francés de Napoleón Bonaparte derrotó abrumadoramente a los ejércitos austriacos y rusos. En La guerra y la paz se narra la batalla. Uno de los personajes principales de la novela de Tolstoi, el príncipe Andrés Bolkonsky, participa en la conflagración y cae gravemente herido sobre el campo.

El lienzo Napoleón en la batalla de Austerlitz, de François Gérard.
El lienzo Napoleón en la batalla de Austerlitz, de François Gérard.Foto: Especial

Después de haber pasado varias horas inconsciente, desangrándose casi hasta morir, Bolkonsky abre los ojos y ve el cielo azul, las nubes que se mueven lentamente, el resplandor de luz sobre la tierra. Bolkonsky queda admirado de la belleza del cielo, del mismo cielo que había visto todos los días de su vida previa. Sin embargo, ahora observa ese cielo de una manera diferente. Por vez primera lo puede admirar con toda su belleza.  ¿Cómo era posible que antes no se hubiera dado cuenta de ello? 

Mientras piensa lo anterior, Bolkonsky oye unas voces. Napoleón y uno de sus ayudantes examinan el campo de batalla repleto de cadáveres. El emperador se percata de Bolkonsky, que estaba vestido con su uniforme de oficial del ejército imperial ruso y todavía tenía en la mano el asta de un estandarte que había blandido antes de caer herido. Napoleón observa sus elegantes rasgos, adivina su gallardía y afirma: ¡qué manera más hermosa de morir”. Entonces, Bolkonsky hace un esfuerzo sobrehumano y logra moverse. Napoleón se da cuenta de que el príncipe aún vive y ordena a su ayudante que lo lleven al campamento para que lo curen junto con los demás oficiales rusos que habían quedado heridos sobre el campo de batalla.  

En este famoso pasaje de su novela, Tolstoi nos hace pensar acerca del sentido de la vida y de la muerte de una manera asombrosa al marcar el contraste entre la perspectiva de Bolkonsky, que derrotado, agoniza, y la perspectiva de Napoleón, que se pasea, como si fuera un inmortal, por la escena de su triunfo.  

El ingrediente adicional de la honda reflexión de Tolstoi es el de la relación entre la belleza y la muerte. Para la sensibilidad contemporánea, plantear un vínculo entre ellas resulta algo insólito, incluso ofensivo, mas no lo era así en el siglo XIX. Por ejemplo, el elemento estético de las batallas en los uniformes, la música de las bandas o la marcha de los regimientos no se consideraba algo chocante. Tampoco se consideraba ofensivo describir con adjetivos estéticos la muerte de un soldado, sobre todo, si se trataba de un oficial, a quien se le atribuían, además, otros valores y virtudes. No obstante, Tolstoi no glorifica la muerte ni tampoco le otorga valor estético. Su reflexión nos lleva por un derrotero distinto.  

Bolkonsky no encuentra la belleza en la muerte: la encuentra en la vida, pero en una vida que se distingue de la que había vivido hasta entonces, desaprendida, superficial, distraída. La cercanía de la muerte le hace ver la belleza de la existencia de una manera que él no había descubierto antes. La experiencia del príncipe es una epifanía.  

Napoleón halla belleza en la muerte, pero no en la suya sino en la de otros. Su perspectiva no es la de la primera persona, como la de Bolkonsky, sino la de la tercera persona. La muerte de otro le parece bella, pero de ello no se sigue que él encontraría su propia muerte como bella de ninguna manera o incluso de que fuera capaz de encontrar la belleza suprema del mundo antes de su último aliento. Embriagado por su victoria brillantísima, Napoleón no parece inmutarse ante los cadáveres salvajemente despedazados; es capaz, incluso de encontrar algo bello en ellos, como si fueran las ruinas de una ciudad antigua.  

Nuestra manera de entender la muerte y la belleza son diferentes de la de Tolstoi y quizá no sean mejores. Cada vez sabemos más sobre la muerte —sobre sus características naturales— y, sin embargo, cada vez la entendemos menos. Una consecuencia de ello es que, como advierte Bolkonsky, cada vez entendemos menos a la vida. Algo semejante podría decirse acerca de la belleza: cada vez la entendemos menos y, por lo mismo, nuestro discernimiento de la vida cada vez nos resulta más pobre y más triste.