Guillermo Hurtado

Cuarenta días seguidos

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hay una concepción sobre la vida humana que sostiene que cada día debe ser igual al anterior. No importa que sea lunes o martes o sábado o domingo: lo que se pretende es que la gente haga lo mismo, o casi lo mismo, y que todo se experimente de la misma manera, con el mismo estado de ánimo. De acuerdo con esta concepción de la existencia, nuestra vida debe ser como una autopista sin semáforos, sin topes, sin curvas, ni subidas, una autopista en la que todo es plano, todo igual.

Antes, las estaciones del año marcaban nuestras vidas. No podíamos hacer lo mismo en el verano que en el invierno, en la temporada de lluvias o en la de secas; pero ahora si hace calor, se prende el aire acondicionado y, si hace frío, se prende la calefacción, todo con tal de poder seguir haciendo lo mismo los trescientos sesenta y cinco días del año, todo con tal de seguir defendiendo el reino de la monotonía.  

Cumplir con la cuaresma es como salir de la autopista para tomar una carretera secundaria, más lenta y con obstáculos. Esa decisión personal está motivada por el deseo de estar más conscientes del camino recorrido y, sobre todo, del destino final. Cumplir con la cuaresma es como entrar en otra modalidad de la existencia

Hay una tendencia humana a sepultarse en la rutina para calmar las tormentas internas. Sin embargo, es evidente que la monotonía contemporánea no depende únicamente de estas causas psicológicas, sino de lo que podríamos llamar condiciones estructurales.  

Algunos críticos sociales afirman que el reino de la monotonía es creación del capitalismo. Para poder maximizar la producción y el consumo, hay que utilizar todos los días del año. Otros afirman que el reino de la monotonía es creación de la secularización. Si ya no hay días dedicados a las ceremonias religiosas, todos los días quedan igualados dentro del calendario civil.  

 De acuerdo con el calendario de la Iglesia católica ahora estamos en la temporada de cuaresma. La cuaresma se inscribe dentro de una concepción sagrada del tiempo que hoy resulta incomprensible para muchas personas, incluso para no pocas que se consideran a sí mismas como cristianas.  

Creyentes durante el Miércoles de ceniza, día que marca el inicio de la cuaresma.
Creyentes durante el Miércoles de ceniza, día que marca el inicio de la cuaresma.Foto: Cuartoscuro

 Durante la cuaresma se evocan los cuarenta días que pasó Jesucristo ayunando en el desierto antes de comenzar su ministerio. Lo que la Iglesia propone a los creyentes es que durante cuarenta días se preparen en cuerpo y alma para recibir la Pascua. No se le pide al creyente que se vaya a un descampado para estar solo. Tampoco se le pide que deje de comer durante cuarenta días. Lo que se le pide es que, dentro de su vida diaria, de sus labores cotidianas, de sus compromisos permanentes, viva el tiempo de una manera diferente. Esta invitación a vivir de otro modo va en contra de la corriente que nos empuja hacia la monotonía. Si uno o dos días ya parecen una eternidad para quienes no pueden dejar de estar dentro de su rutina, cuarenta días les resultan sencillamente impensables.  

Durante la cuaresma, la temporada en el desierto no se experimenta de manera literal, sino de manera espiritual. Sin embargo, hay cambios físicos que se realizan para facilitar los cambios espirituales. Para eso nos servimos del ayuno y de la penitencia. El sentido del ayuno —que puede ser de alimentos o de cualquier otra cosa— es suspender algunos satisfactores para poder contar con más espacio vital para dedicarlo a nuestra relación con Dios. Y el sentido de la penitencia —que no tiene que provocar un dolor corporal en sentido literal— es trabajar de manera interna en nuestra purificación. Hay que tener muy en claro que ni el ayuno ni la penitencia bastan por sí solos, hay que acompañarlos de la oración y de la liturgia. De otra manera, ni el ayuno ni la penitencia cobran el sentido que deben tener dentro del proceso espiritual.  

Antes, las estaciones del año marcaban nuestras vidas. No podíamos hacer lo mismo en el verano que en el invierno, en la temporada de lluvias o en la de secas; pero ahora si hace calor, se prende el aire acondicionado y, si hace frío, se prende la calefacción, todo con tal de poder seguir haciendo lo mismo los trescientos sesenta y cinco días del año, todo con tal de seguir defendiendo el reino de la monotonía

Cumplir con la cuaresma es como salir de la autopista para tomar una carretera secundaria, más lenta y con obstáculos. Esa decisión personal está motivada por el deseo de estar más conscientes del camino recorrido y, sobre todo, del destino final. Cumplir con la cuaresma es como entrar en otra modalidad de la existencia. Kierkegaard decía que el tiempo y la eternidad no son lo mismo, que el primero está compuesto de momentos contiguos, pero que la eternidad era un presente perpetuo. Quienes cumplen a plenitud con la cuaresma viven durante cuarenta días seguidos con una mirada puesta en la eternidad.