Por una filosofía política de la vejez

TEATRO DE SOMBRAS

GUILLERMO HURTADO
GUILLERMO HURTADO
Por:
  • Guillermo Hurtado

La pregunta filosófica tradicional sobre la vejez ha sido: ¿es la vejez un mal o un bien? Estoy convencido de que hoy en día la pregunta debería ser otra: “¿Es justa o injusta la situación de los ancianos en la sociedad?”.

La filosofía occidental de la vejez ha estado conformada, básicamente, por lamentos y consolaciones. El texto fundacional de este género es el De senectute de Cicerón. En ese diálogo, el autor afirma que la vejez puede parecer un mal porque nos aparta de las actividades preferidas, debilita el cuerpo, nos priva de casi todos los placeres y nos acerca a la muerte. Cicerón afirma que ninguno de esos supuestos males lo son en verdad. La vejez no sólo no es mala, sino que puede resultar agradable y, por lo mismo, deseable.

Ante la posición casi optimista de Cicerón, contrasta la francamente pesimista de Norberto Bobbio en su propio De senectute (1997). Bobbio dice que Cicerón escribió su libro cuando apenas tenía sesenta y dos años, pero que para un octogenario las cosas son muy distintas. Un viejo de esa edad es lento, torpe, le cuesta aprender y, por lo mismo, no puede estar actualizado dentro de una sociedad que cambia demasiado rápido. Eso lo hace un interlocutor aburrido. El viejo sólo tiene su pasado, pero la memoria se le enreda y se le pierde. Y como ya no tiene futuro, su vida se reduce a un estrechísimo presente.

La pirámide generacional se ha modificado dramáticamente. El rostro promedio de la humanidad ha cambiado de manera radical. Ya no es tan juvenil y lozano, ahora es más maduro y arrugado. Cada vez hay más ancianos y cada vez son más longevos. La reflexión sobre la vejez debe dejar de restringirse al campo de la filosofía moral para pasar al de la filosofía política.

Las preguntas clave de la filosofía política, como la de cuál es la sociedad justa o cuál es la mejor forma de gobierno, tendrían que replantearse sobre la base de que el promedio de edad de la sociedad se ha elevado. Por ejemplo, cuando John Rawls se plantea el velo de la ignorancia para imaginar una sociedad justa, tal parece que los sujetos postulados no son ni niños ni ancianos, sino adultos que todavía tienen fines, proyectos, metas por cumplir. La edad ­—al igual que el género— es una premisa que no puede faltar en la nueva filosofía política.

Simone de Beauvoir es recordada como la filósofa que le dio impulso a la filosofía feminista con su obra seminal El segundo sexo (1949). También debería ser recordada como la filósofa que le dio otro giro a la filosofía de la tercera edad con su obra La vejez (1970). El libro es largo, repleto de datos históricos, antropológicos y sociológicos, pero lo que lo distingue es que plantea el tema de la vejez como uno estructural, es decir, como un problema que va más allá de lo subjetivo, biográfico o psicológico. Al desvelar las causas socio-económicas del proceso de deshumanización de la vejez, Beauvoir nos descubre que el problema debe entenderse como uno político tout court.

Beauvoir denuncia la discriminación que padecen los ancianos en un mundo regido por el egoísmo, el productivismo y el consumismo. Para el capitalismo, el viejo ya no sirve: no produce y casi no consume. Sin embargo, Beauvoir es muy cuidadosa de marcar las diferencias que hay entre las experiencias de la vejez en diversas condiciones. La vejez del rico no es igual que la del pobre. La del hombre tampoco es igual a la de la mujer. Debemos cuidarnos de caer en abstracciones.

El libro de Beauvoir sobre la mujer dio pie a una nueva ola del movimiento feminista. Sin embargo, no ha habido algo equivalente para los ancianos. En Europa han aparecido, muy discretamente, partidos políticos que luchan por los intereses de la tercera edad, en especial, de los jubilados, pero todavía no hay un movimiento político que exija sus derechos a nivel nacional y global.

Los ancianos tienen que movilizarse como una fuerza política dentro de la democracia contemporánea. Para ello, deben organizarse. Si no lo hacen, estarán condenados a seguir siendo tratados como lastres, como desechos. No seremos plenamente humanos hasta que nuestros ancianos también lo sean.