Historia Gráfica de la Revolución Mexicana

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hay libros que marcan una época y hay épocas marcadas por libros. La Historia Gráfica de la Revolución Mexicana es uno de ellos. Se han hecho varias ediciones de esta obra, la más conocida es la que fue publicada por Editorial Trillas en 1973, y que apareció en diez volúmenes encuadernados en pasta dura de color azul. Fue esa edición la que llegó a mi casa paterna y que me cautivó desde niño. Pasaba largas horas repasando sus páginas, imaginando los sucesos que se contaban en ellas. Estoy convencido de que mi afición por la historia de México en el siglo XX se forjó en esos momentos de mi infancia.

La Historia Gráfica de la Revolución Mexicana reproduce parte del extraordinario archivo fotográfico de los hermanos Casasola, legendarios reporteros gráficos de aquellos años. El libro incluye más de diez mil fotografías. La segunda edición, la que tenía yo en casa, comprendía el periodo de 1910-1970: desde el gobierno de Porfirio Díaz hasta el de Luis Echeverría. Aunque el eje de la obra estaba en las imágenes, el libro también ofrecía una narración histórica ágil y bien planteada, e incluso anexaba documentos como planes y manifiestos. El libro se lee más como un periódico que como una obra de historia, y por eso mismo tiene el mérito de preservar la chispa del momento.

La Historia Gráfica de la Revolución Mexicana es una especie de álbum de la gran familia revolucionaria: una especie de Who’s who del periodo. Todos los generales y políticos destacados aparecen en sus páginas. Ahí se encuentra al abuelo revolucionario, al hijo político y al nieto empresario. Pero también quedan plasmados miles de rostros anónimos: zapatistas en calzón blanco, soldados de levita, soldaderas, villistas de mirada torva, rancheros con fusil, viudas enrebozadas, secretarios con el traje manchado, meseras de Sanborns, voceadores, oradores de pueblo y una multitud de personajes variopintos que, de ninguna manera, pueden calificarse como secundarios porque fueron ellos los actores principales de la historia de México del siglo anterior.

Las fotografías que reunieron los hermanos Casasola y sus descendientes se han convertido en nuestra memoria visual de la historia de México; es más, podría decirse que han quedado grabadas en nuestro inconsciente colectivo. Algunas de ellas son clásicas, como la del presidente Madero a caballo y enarbolando la enseña patria el 9 de febrero de 1913. Esa imagen, la última que se tomó con vida a Madero, la tengo tan presente que podría jurar que yo viví ese momento. Cierro los ojos y me veo corriendo con la multitud que se arremolinaba en torno al presidente. Yo también grito “¡viva Madero!”, cada vez que quiero revivir algún lance de mi pasado fantástico, abro uno de los volúmenes de la Historia Gráfica de la Revolución Mexicana y dejo que vuele mi imaginación.