Guillermo Hurtado

El hospital y la escuela

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El derecho a la salud y el derecho a la educación son dos puntales de la tradición política socialdemócrata. Por lo mismo, el hospital y la escuela son dos instituciones imprescindibles para que el Estado cumpla con sus obligaciones en estos dos rubros.

En circunstancias normales, las políticas de salud pública y de educación pública son independientes. Hay una secretaría de salud y hay una de educación y la interacción entre ambas no determina el funcionamiento de ninguna de ellas. Con la irrupción de la pandemia de Covid esta situación cambió de manera dramática, en México y en el mundo entero. Ahora, las disposiciones de los ministerios de salud inciden sobre las actividades de los ministerios de educación. Por así decirlo, la emergencia ha obligado a poner las decisiones de una de esas oficinas sobre las decisiones de la otra.

En esta situación anómala, el derecho a la salud se ha puesto temporalmente por encima del derecho a la educación. La pandemia no ha eliminado el derecho a la educación, pero, por así decirlo, lo ha puesto en suspenso. Esto es lo que se conoce como un estado de excepción, tal como lo ha estudiado el filósofo italiano Giorgio Agamben. Sin tener que realizar un cambio a la constitución, el Estado puede postergar de manera indefinida el cumplimiento de un derecho básico. La justificación que se esgrime es que cerrar las escuelas es un mal menor frente a otro mal mayor que pone en peligro la preservación de la paz, el orden e incluso la sobrevivencia misma de la nación.

El debate que se ha planteado en días recientes en torno a la decisión de volver o no a la escuela presencial debe entenderse dentro del marco conceptual que he esbozado en los párrafos anteriores.

Para que este debate tome un cauce razonable, es preciso evitar dos extremos igualmente nocivos: el de que el peligro de que aumenten los contagios por abrir las escuelas no es una variable que debamos tomar en cuenta y el de que el peligro de que aumenten los contagios por abrir las escuelas sea la única variable que debamos tomar en cuenta.

Dentro de este debate no han faltado defensores de la segunda posición extrema. Lo que ellos sostienen es que la salud es el bien supremo de la vida humana. Todo lo demás, incluso la educación, está por debajo.

¿Por qué afirman lo anterior? Me parece que lo que se presupone es que la protección de la salud es una condición necesaria para la protección de la vida. Y esto es muy cierto. Pero lo que no debemos perder de vista es que la vida humana no puede reducirse a la tarea —por necesaria que sea— de la preservación de la salud. La vida humana plena es más que eso, es más que cuidar la salud para no morirse.

No se entienden, de otra manera, todas las cosas buenas que hacen los seres humanos que ponen en riesgo, pequeño o grande, su salud e incluso su existencia. O para decirlo de otra manera, quien no cuida su salud es un tonto, pero quien vive únicamente para cuidar su salud, por encima de todo lo demás, también es un tonto.

Los hospitales han sido fundamentales para salir adelante en estos tiempos de pandemia. Pero las escuelas han estado cerradas y eso ha sido una desgracia por donde se le vea. Es tiempo de que pensemos de manera responsable —por encima de las politiquerías— qué hacer para que las escuelas vuelvan a abrirse sin más tardanza. Ya hemos visto cómo han abierto las fábricas, los talleres, las oficinas, las tiendas, los mercados. Toca el turno de las escuelas, porque sin escuelas abiertas, es decir, sin escuelas funcionado de manera óptima, la sociedad no puede cumplir con uno de sus fines más básicos.

El estado de excepción no puede durar para siempre. No sólo se vive para no morir. También se vive para jugar, para aprender, para crecer, para descubrir y para compartir, con todos los riesgos que ello implica. Sin asistir a sus escuelas, los niños y los jóvenes no podrán cumplir de manera plena con su destino. Es tiempo de abrir sus puertas.