Guillermo Hurtado

Igualar hacia arriba e igualar hacia abajo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Margaret Thatcher decía con sorna que los socialistas se la pasaban perorando contra la desigualdad social, pero que, lo que en realidad querían, era igualar a toda la sociedad hacia abajo.

Según la primera ministra, el socialismo británico pretendía que los ricos cayeran a la clase media, los clasemedieros descendieran a la pobreza y los pobres jamás pudieran ascender de clase social. Thatcher prometió a sus compatriotas que, con sus políticas económicas y sociales, los pobres serían menos pobres, los clasemedieros serían menos clasemedieros y los ricos serían todavía más ricos. El neoliberalismo era una hermosa promesa de abundancia para todos, no en balde fue adoptado por los votantes con entusiasmo.

Lo que ahora sabemos es que en el Reino Unido los ricos sí se hicieron mucho más ricos —en 2016, el O.1. de la población británica poseía el 9% de la riqueza nacional, el doble que en 1985— unos cuantos clasemedieros se hicieron un poco menos clasemedieros y unos cuantos pobres se hicieron un poco menos pobres. En pocas palabras: la desigualdad se agudizó. Y lo mismo sucedió en otros países. Malas noticias. Sólo los teóricos conservadores más recalcitrantes piensan que la desigualdad extrema no es algo indeseable para una sociedad.

Aceptemos que la desigualdad extrema es nociva. Si recordamos la advertencia de Thatcher, podría decirse que el ideal tendría que ser que la sociedad se iguale siempre hacia arriba, nunca hacia abajo. ¿Es eso posible? ¿Es deseable? Quizá hay circunstancias en las que igualar hacia abajo no sea algo tan malo.

Si descartamos las posiciones extremas, podemos conceder que no siempre es bueno igualar hacia arriba y no siempre malo igualar hacia abajo. Hay aspectos en los que a una sociedad e incluso a la humanidad entera le puede convenir lo uno o lo otro. Lo que se impone es un ejercicio de ponderación moral.

La salud y la educación son dos temas en los que las ventajas de igualar hacia arriba son evidentes para todos. El ideal de igualación, en estos casos, es que el acceso a la salud y a la educación de toda la población sea más o menos el mismo, pero no el mismo hacia abajo sino hacia arriba, es decir, que los pobres disfruten de un servicio médico y educativo semejante al de los ricos. A nivel global, lograr esa meta supone un esfuerzo gigantesco. Las diferencias que existen en el acceso y la calidad de la salud y la educación entre los seres humanos son enormes.

¿En qué casos no sería bueno que la sociedad se igualara hacia arriba? Desde una perspectiva ecologista, el consumo de agua, electricidad y combustible de los ricos es demasiado alto y eso ha provocado la crisis climática global. Por lo mismo, no podemos propiciar responsablemente que los pobres alcancen esos mismos niveles de consumo de agua, electricidad y combustible. No faltará quien afirme que esta propuesta va en contra del derecho de los seres humanos de tirar agua, desperdiciar electricidad y quemar combustible siempre y cuando ellos paguen por esa agua, esa electricidad y ese combustible. Sin embargo, esta posición cada vez tiene menos defensores. Si queremos rescatar al planeta, los ricos tendrán que hacer menos de lo que ahora hacen. No obstante, para lograr lo anterior tenderemos que enfrentarnos a fuerzas muy poderosas de la economía global y, quizá también, de nuestra psicología colectiva.

En resumen: el proceso de igualación social debe juzgarse de acuerdo con el tema específico que se considere; a veces, lo mejor para una sociedad será intentar igualar hacia arriba y, otras veces, lo mejor será intentar igualar hacia abajo. En cada caso, habrá que hacerlo con sumo cuidado, tomando en cuenta los derechos más básicos de los individuos y sin incurrir en una violencia innecesaria.

Los mexicanos deberíamos discutir con rigor y responsabilidad acerca de qué hacer para atenuar las chocantes desigualdades de nuestro país. Es preciso que dialoguemos con seriedad acerca de cuándo hemos de igualar hacia arriba y también de cuándo hemos de igualar hacia abajo. Pienso que este debate tendría que ocupar un lugar principal dentro de la agenda de la democracia mexicana. Por desgracia, ahora estamos distraídos en asuntos insignificantes.