Guillermo Hurtado

Juan Diego

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Este 12 de diciembre, como cada año, millones de mexicanos elevarán sus plegarias a la Virgen María de Guadalupe, quien, según cuenta la tradición, se le apareció en el cerro del Tepeyac a un indio de nombre Juan Diego Cuauhtlatoatzin. El 31 de julio de 2002, Juan Diego fue canonizado por el papa Juan Pablo II.

La historia de Juan Diego se ha contado miles de veces. Aquí quisiera destacar algunos aspectos de la narración.

Cuando la Virgen se le aparece a Juan Diego, le pide que vaya ante las autoridades eclesiásticas para informarles que ella desea que se levante un templo en ese sitio para que ahí pueda dar todo su amor, compasión, auxilio y protección a los moradores de su tierra, Juan Diego obedece y va de inmediato a buscar al obispo para transmitirle el mensaje de María. Una vez que llega al palacio episcopal sucede lo que era de esperarse: los criados lo hacen esperar un buen rato. Pasado un buen rato lo pasan con el obispo, Juan Diego le cuenta su historia y sucede lo que también era de esperarse: no le creen.

¿Por qué habrían de creerle al primer cristiano que llega para decir que se le apareció la Virgen y que le dijo esto y aquello? Pero sucede que el caso de Juan Diego era distinto al común. Juan Diego era un indio, no un español, además era un cristiano nuevo, no un hijo y nieto de cristianos. Juan Diego pertenecía al extracto más bajo de la sociedad colonial: era un don nadie a los ojos de los criados del palacio episcopal. Su palabra carecía de valor,

En la epistemología contemporánea se llama injusticia epistémica a la situación en la que el testimonio de un sujeto carece de credibilidad por la única razón de que el sujeto en cuestión pertenezca a algún grupo marginado, por ejemplo, por ser una mujer, o un indio o un esclavo.

Juan Diego regresa al cerro del Tepeyac y le cuenta a María lo que sucedió. Lo que él le dice a la Virgen sigue siendo conmovedor: le ruega que le pida a alguien más, a algún personaje principal, a un sacerdote o a un español o a un noble indígena, que hable con el obispo para que le crean, porque él, Juan Diego, es un hombre pequeño. Cito el Nican Mopohua en la traducción de Miguel León-Portilla: “En verdad yo soy un infeliz jornalero, sólo soy como la cuerda de los cargadores, en verdad soy angarilla, sólo soy cola, soy ala, soy llevado a cuestas, soy una carga, en verdad no es lugar donde yo ando, no es lugar donde yo me detengo, allá a donde tú me envías”.

Juan Diego sabe muy bien cuál es su sitio en la rígida jerarquía del orden colonial. Sabe que su palabra no tiene valor. Sabe que jamás le harán caso.

La respuesta de la Virgen es reveladora y debe seguir siendo escuchada por todos los que, como Juan Diego, son humildes y son despreciados por los poderosos. La Virgen pudo haber enviado a cualquier otro a cumplir su encargo. Pudo habérselo pedido al Obispo o al Emperador o al Papa, pero ella eligió a Juan Diego. Otra vez, en la traducción de León-Portilla, cito el Nican Mopohua: “Escucha, tú el más pequeño de mis hijos, que así lo comprenda tu corazón, no son gente de rango mis servidores, mis mensajeros, a quienes yo podré encargar que lleven mi aliento, mi palabra, los que podrán hacer que se cumpla mi voluntad. Pero es muy necesario que tú vayas, abogues por esto, gracias a ti se realice, se cumpla mi querer, mi voluntad”.

Todos conocemos el fin de la historia. Las flores que lleva a Juan Diego al palacio del obispo se convierten en la imagen milagrosa de la Virgen de Guadalupe. Entonces, Juan Diego quedó reivindicado, fue creído, fue respetado.

Todos los seres humanos, mexicanos o no, podemos sentirnos hermanados con Juan Diego, porque la lección moral —y, ¿por qué no decirlo?, política— que nos enseña su leyenda es que no debemos conformarnos con guardar silencio ante los poderosos. Nuestra verdad, la verdad de nuestros corazones, merece ser escuchada.