Guillermo Hurtado

Mi soundtrack interior

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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En 1979, la compañía Sony anunció su primer modelo Walkman, un reproductor portátil de casetes con audífonos integrados.

Este aparato cambió para siempre nuestras vidas. Antes, para escuchar música, había que generarla por medio de instrumentos o reproductores con bocinas. No había privacidad garantizada. Si uno la oía, otros podían hacerlo. El riesgo de molestar al vecino siempre estaba presente. Cuando era niño, tenía que prender el radio o el tocadiscos con un volumen muy bajo para que no me reclamaran por oír rock and roll. Con el Walkman, en cambio, uno podía escuchar la música preferida a un volumen muy alto gracias a los audífonos, pero lo que resultaba extraordinario es que uno podía llevar su propia música a todas partes: a las calles, al autobús, al parque.  

Se afirma que la conciencia es como un diálogo interno. También hay música, mucha música, en nuestro interior. A decir verdad, cada quien lleva su propio reproductor de música –su propia Walkman– dentro de su cabeza.  

No siempre escucho música en mi interior, pero frecuentemente descubro que hay alguna canción que resuena dentro de mí. En ocasiones, la silbo o la tarareo, pero no siempre lo hago. Nadie sabe lo que estoy escuchando dentro mi conciencia.  

Es un enigma por qué aparece una canción en nuestro foro interno. Casi todos los días me levanto con una pieza en la mente. Me sorprende la variedad de géneros que aparecen dentro. Y lo que me resulta más extraordinario es que, a veces, son melodías de las que me había olvidado, que ni siquiera me gustaban tanto, que no había escuchado en años. ¿Por qué esa canción y no otra? ¿Quién elige, dentro mí, la música que aparece en el fondo de mi mente? 

Me pasa que puedo estar con un tema durante todo el día, incluso por varios días seguidos. Algo sí como la música ambiental que hay en los elevadores. Pero no me cansa reproducir la misma canción una y otra vez en mi mente. De repente, la pieza desaparece; a veces es reemplazada por otra; otras veces es seguida por el silencio mental, que, en realidad, nunca es un silencio absoluto, porque está repleto de voces, de palabras, de las frases que conforman nuestro monólogo interior.  

Si dejara volar la imaginación, me gustaría hacer una selección de las canciones favoritas dentro de mi conciencia: una especie de banda sonora de mi vida interior. Lo curioso es que probablemente los temas elegidos no coincidirían con los que pediría escuchar en el espacio común. ¿Por qué sucede algo así? ¿Acaso un extraño pudor hace que no reconozca de manera pública lo que me gusta en privado? ¿O se trata de algo más? ¿De que no es la misma la música de mi Ello, de mi Yo y de mi Superyó freudianos?