Guillermo Hurtado

¿De dónde salió el populismo?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El populismo, en sus diferentes modalidades, está presente en muchos de los países más importantes del mundo. La lista incluye a la que se considera es la democracia más antigua, sólida y respetable del planeta: la de los Estados Unidos. Aunque Trump ya no sea el presidente de aquella nación, el trumpismo sigue siendo una fuerza política que puede volver al poder en cualquier momento. Si eso sucede en los Estados Unidos, puede suceder en cualquier otro lado.

¿De dónde salió el populismo? No bajó de Marte. El populismo brotó de la crisis de la democracia liberal. Por lo mismo, los defensores de la democracia liberal no pueden fingir sorpresa. Fue dentro de ese sistema político que el populismo se gestó, incubó y creció hasta convertirse en lo que es ahora. No podemos tomarnos en serio, por lo mismo, la opinión generalizada de que el populismo es una especie de anomalía temporal o de enfermedad pasajera de la política en la democracia liberal. El populismo, insisto, no bajó de Marte. Quienes repudian el populismo deben tomar en cuenta las condiciones objetivas que propiciaron su surgimiento. Criticar al populismo sin criticar esas condiciones es una pérdida de tiempo, un engaño.

No hay vuelta atrás del populismo a la vieja democracia liberal. La única manera de superar al populismo es superar, al mismo tiempo, lo que queda del sistema político en el que nació y creció el populismo contemporáneo. Dicho de otra manera, la única manera de superar al populismo es inventar una nueva forma de democracia.

El mundo contemporáneo, campo de acción del capitalismo global y de la maquinaria de las nuevas tecnologías, está transformando al ser humano de manera alarmante. No hay espacio de crecimiento moral para el ser humano en los polos del “me gusta” y el “no me gusta”. Para superar el populismo tendremos, por lo mismo, que ser capaces de reinventar la sociedad entera

Cada país en donde ha surgido la opción populista tiene condiciones particulares que ayudan a entender el fenómeno. Sin embargo, me parece que podríamos encontrar por lo menos tres condiciones globales que han propiciado la gestación del populismo: el crecimiento exponencial de la desigualdad, la corrupción sistémica de la política institucional y la irrupción de las nuevas tecnologías de información en la vida cotidiana. No pretendo examinar aquí cada uno de esos factores: me faltaría espacio y tampoco soy un especialista en las disciplinas académicas que pueden ayudarnos a entenderlos. Mi opinión es la de un filósofo que intenta ver el bosque por encima de los árboles.

Me interesa, en lo particular, los vasos comunicantes que puede haber entre el populismo y el capitalismo contemporáneo. Sospecho que el populismo es, en realidad, la forma de la política de nuestro tiempo: la política del “me gusta” y el “no me gusta” al que nos han acostumbrado las redes sociales. El populismo más que un régimen político puede verse, entonces, como una condición existencial, una weltanschauung, en la que el sujeto se balancea entre el antagonismo más salvaje y la obediencia más servil. Una condición en la que no caben los términos medios, la ponderación, la frónesis de la que hablaba Aristóteles.

Hugo Chávez, retratado en un mural en Venezuela.
Hugo Chávez, retratado en un mural en Venezuela.Foto: Especial

El mundo contemporáneo, campo de acción del capitalismo global y de la maquinaria de las nuevas tecnologías, está transformando al ser humano de manera alarmante. No hay espacio de crecimiento moral para el ser humano en los polos del “me gusta” y el “no me gusta”. Para superar el populismo tendremos, por lo mismo, que ser capaces de reinventar la sociedad entera. No hay soluciones fáciles. No basta con votar por ésta o por aquella opción. Lo que se nos impone es una reconstrucción de las formas de vida que permitan que la humanidad vuelva a florecer.

El populismo brotó de la crisis de la democracia liberal. Por lo mismo, los defensores de la democracia liberal no pueden fingir sorpresa. Fue dentro de ese sistema político que el populismo se gestó, incubó y creció hasta convertirse en lo que es ahora. No podemos tomarnos en serio, por lo mismo, la opinión generalizada de que el populismo es una especie de anomalía temporal o de enfermedad pasajera de la política en la democracia liberal

Tenemos que volver a aprender a convivir y eso exige que sepamos cuándo es correcto estar en desacuerdo y cuándo es correcto poner nuestras discrepancias a un lado. En el siglo pasado, el filósofo alemán Hans Georg Gadamer decía que la tarea más importante de la humanidad era la de aprender a entender al otro. Lo que Gadamer pensaba que era indispensable en el siglo XX, ahora, en el siglo XXI se ha vuelto una necesidad de urgencia. En el fondo, el asunto es el mismo de siempre: saber cómo ser humanos.  Las pantallas de alta definición que llevamos en el bolsillo del pantalón son un prodigio tecnológico, pero no nos han hecho mejores personas. No podemos esperar encontrar el camino a la democracia genuina si padecemos, al mismo tiempo, de un proceso de deshumanización.