Guillermo Hurtado

El símbolo del año nuevo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. 
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
 
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La humanidad no es una abstracción, es una realidad concreta, con coordenadas bien definidas, características singulares que la determinan de una manera específica. Una de ellas es que los seres humanos, todos sin excepción, vivimos en un planeta que orbita una estrella en 365 días. Ese dato cósmico ha determinado nuestra concepción sobre la existencia.

Lo que ese fenómeno planetario imprime en nuestras conciencias es la idea de que hay ciclos —más largos que los del día y la noche— que comienzan y acaban y vuelven a comenzar. Por lo mismo, resulta natural que la existencia humana se mida con el número de esos ciclos que alcanzamos a completar en el lapso en el que estamos vivos.

Pues bien, la idea de que cada primero de enero marca el comienzo de un nuevo ciclo cósmico nos invita a pensar que cada quien en lo individual tiene la oportunidad de recomenzar; es decir, de cerrar un ciclo y abrir uno nuevo en su existencia individual. Esa oportunidad, lo sabemos, no es una garantía de ningún tipo. Las desgracias del año anterior no se borran automáticamente con el año nuevo; sin embargo, el comienzo de un nuevo ciclo nos hace pensar que esas desgracias no tienen por qué continuar en el año que comienza. Quizá en este año nuevo, nos decimos a nosotros mismos, las cosas serán mejores de lo que fueron en el año que recién ha concluido.

La esperanza es un sentimiento que necesita de estímulos para que no decaiga. La división del tiempo humano en ciclos de 365 días es, no cabe duda, un aliento para la esperanza. Sabemos que, a los años malos, a veces, les siguen años buenos. Las circunstancias cambian. A veces encontramos la respuesta a nuestras contrariedades. A veces las dificultades mismas se desvanecen por sí solas, como si se cansaran de agobiarnos y buscaran otros rumbos para ejercer su inescrutable castigo. Podría objetarse, claro está, que esta manera de pensar es poco científica. El año nuevo no es una promesa de que las cosas cambiarán para bien. Las desgracias se pueden acumular por años, por siglos, por milenios. El fin de un ciclo terrenal no significa nada por sí mismo. No lleva nada escrito. Es, simplemente, el movimiento de un cuerpo alrededor de otro. Mecánica celeste, sí, pero al fin mecánica, burda mecánica.

La lógica detrás de la esperanza del año nuevo quizá no sea muy rigurosa, es cierto, pero no se juzga la esperanza con las reglas de la cabeza, sino con las del corazón. Aquí en la Tierra, en el planeta así llamado que gira alrededor de esa estrella que conocemos como el Sol, los seres humanos hemos encontrado en ese movimiento un símbolo de nuestro anhelo insondable de tener una nueva oportunidad, aunque sea una sola, aunque sea la última.