Horacio Vives Segl

Brasil y Chile ante el llamado a las urnas

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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L os electorados de Brasil y Chile tienen frente a sí importantes citas en las urnas. En el caso brasileño, la campaña más polarizada desde su retorno a la democracia (1985), de cara a las elecciones presidenciales del 2 de octubre.

Y, en Chile, la crucial decisión sobre la aprobación o rechazo de una nueva Constitución, en el plebiscito a celebrarse el 4 de septiembre.

En un duelo que no deja alternativas para un viraje hacia una democracia liberal, en el arranque de la campaña presidencial brasileña, Luiz Inácio Lula Da Silva tomó la delantera; sin embargo, las encuestas muestran que la diferencia con Jair Bolsonaro, el presidente que busca su reelección, se va cerrando. Si bien se registraron una docena de fórmulas presidenciales, las dos señaladas son las únicas con posibilidades de triunfo; sin embargo, en un intento por resistir la polarización que tiene podrida la política brasileña, habría que mencionar a Ciro Gomes (PDT, Partido Democrático Trabalhista) y a Simone Tebet (MDB, Movimiento Democrático Brasileño), en la búsqueda de un voto centrista, aunque sin opciones reales de triunfo.

Más allá de las sorpresas que se puedan presentar en la campaña –entre ellas, la exhibición de una peculiar reliquia: el corazón de Pedro IV de Portugal y I de Brasil, expuesto en Itamaraty por las coincidentes conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia–, lo que sin duda veremos será guerra sucia y debate ínfimo; confrontación frontal de dos proyectos contradictorios de país, endulzando el oído a sus respectivas bases más radicales; reproches al bando contrario por sus errores —que no permiten que el “gigante dormido” de Sudamérica alcance el potencial que debiera—; y una pugna codo a codo por el voto evangélico, en un país donde la presencia de ese segmento adquiere cada vez más relevancia social y política.

Lula ya no es aquel líder progresista que encandiló a Brasil y al mundo entre 2003 y 2011: los escándalos de corrupción en su mandato y en el de su depuesta sucesora, Dilma Rousseff, asentaron un duro golpe sobre el paso del PT por el gobierno. Pero del otro lado tampoco hay mucho que destacar: el autoritarismo sectario y rupestre de Bolsonaro ha dejado un saldo paupérrimo. Todo pareciera indicar que, otra vez, como en 2018, el electorado brasileño tendrá que ir a una segunda vuelta y apretarse la nariz para seleccionar entre dos populismos indeseables.

En Chile, el dilema político no es menor. Tras una abrumadora mayoría (78%) en el referéndum de 2020, que avaló la redacción de una nueva Constitución, las pugnas internas entre los constituyentes, algunos contenidos aparentemente radicales y la galopante pérdida de popularidad de Gabriel Boric —quien tiene empeñado buena parte de su capital político en la aprobación de la Constitución—, el escenario para él y las fuerzas políticas que lo apoyan no es nada halagüeño. Las encuestas indican una tendencia a rechazar el proyecto constitucional. El voto de los indecisos será crucial.

La percepción de que diversas disposiciones de la nueva Constitución podrían desalentar inversiones y comprometer el desarrollo económico del país, la desaparición del Senado (y la creación de un legislativo asimétrico con una “Cámara de las Regiones”) y la sustitución del Poder Judicial por un “Consejo de la Justicia”, son sólo algunos de los temas más polémicos que abren un abanico de potenciales conflictos, sin haber resuelto cabalmente los que dieron lugar a la crisis detonada desde hace tres años.