Horacio Vives Segl

Cumbre de las Américas: el liderazgo de Biden y la diplomacia estadounidense

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Contra los pronósticos más pesimistas, la Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles la semana pasada, concluyó con la declaración más relevante que ese mecanismo haya adoptado desde su primera reunión, también en Estados Unidos, en 1994.

El liderazgo del presidente Joe Biden y el oficio de la diplomacia estadounidense fueron centrales para impulsar los acuerdos adoptados. Y si bien México suscribió la Declaración de Los Ángeles, los dislates en las actuaciones previas quedan como una evidencia más de la falta de brújula respecto al papel que debe desempeñar nuestro país en el ámbito internacional y, particularmente, en el hemisférico.

La cumbre tiene un valor político importante; no es sólo una ocasión para tomarse fotos: más allá de que delegaciones y grupos técnicos trabajen en los distintos temas de la agenda, es una muy buena oportunidad para celebrar reuniones bilaterales o en grupos compactos a nivel de jefes de gobierno, donde la voluntad política de los líderes puede y suele ser lo que permite arribar a acuerdos y compromisos. No entender la oportunidad que ello representa es un error elemental de estrategia política. Más aún en una reunión como ésta, donde la declaración final terminó por ser sumamente relevante.

Como se sabe, el país anfitrión decidió no invitar a las tres autocracias consolidadas del continente: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Entre invitar a todos los países, o privilegiar el mensaje de protección de la democracia y los derechos humanos, la administración Biden no titubeó. Y es aquí donde son más evidentes los desatinos del gobierno mexicano: la amenaza, cumplida del Presidente, de no asistir a la cumbre si no se invitaba a todos —que fue emulada por un pequeño grupo de gobiernos afines—, fue desde un principio equivocada, dado que los tres autócratas ni siquiera mostraron el más mínimo interés en asistir.

El mexicano se lanzó, pues, a una cruzada que nadie quiso ni pidió, aderezada con lamentaciones sobre la supuesta actitud imperialista de Estados Unidos. Como era de esperarse, el amago no hizo mella en el gobierno de Biden, que continuó según lo programado. ¿Es acaso esta una actitud que favorezca a México en la relación con su vecino y principal socio? ¿Qué se ganó? Definitivamente nada. Si, al final, el órdago buscaba que el foco estuviera en las ausencias y no en los contenidos sustantivos tratados en la cumbre… pues ni siquiera ese objetivo se logró.

Si hay algo que hemisféricamente se tiene que atender con premura es la migración, para volverla lo más ordenada, legal y segura posible. A los problemas económicos y sociales estructurales y los periódicos desastres naturales, se han sumado diversos agravantes al drama migratorio. La pandemia –catastróficamente- contribuyó a profundizar las desigualdades sociales en la región.

Sabemos que los recursos y acciones a los que se comprometieron los países signantes de la declaración angelina no resolverán por completo un problema de dimensiones tan vastas y complejas, pero es un excelente paso en la dirección correcta (y una repasada más a la estrategia diplomática y política internacional de México… si es que algo así existe).