Horacio Vives Segl

De discursos y protocolos

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Los últimos días han dejado interesantes ejemplos del impacto, en términos de comunicación, de algunos discursos, así como la relevancia simbólica de los actos protocolarios. Veamos algunos ejemplos.

Empecemos con el discurso pronunciado por Joe Biden ante el Congreso de Estados Unidos, relativo al estado de la administración en el último año, conocido como State of the Union. No era un evento cualquiera: se trató de la primera vez que Biden, como presidente, acudió personalmente al Congreso a cumplir con ese importante acto de rendición de cuentas y contrapesos, acompañado de su primer discurso importante de cara al país entero, después de que el Partido Republicano asumiera —por un puñado de escaños— el control de la Cámara de Representantes, en correspondencia con los resultados de la elección intermedia del pasado noviembre. Quedaron atrás las históricas imágenes de un presidente demócrata flanqueado por dos mujeres demócratas: Nancy Pelosi (sustituida por el republicano Kevin McCarthy como speaker de la cámara baja) y Kamala Harris (quien, como vicepresidenta, continúa como presidenta de iure del Senado —y que, por cierto, fue particularmente entusiasta durante el discurso presidencial—).

No cabe duda de que fue un discurso preparado cuidadosamente, con momentos memorables. Adicionalmente, hay que destacar lo bien librado que salió al ser interpelado por algunos miembros “rijosos” de la bancada republicana. No cabe duda de que Biden, experimentado exparlamentario, le supo dar la vuelta a situaciones que podrían haberle resultado incómodas. Y dejó una perla de comunicación muy interesante: la continuidad del let’s get to work al let’s finish the job, lema que seguramente resonará en la campaña presidencial del año próximo.

Mientras tanto, al otro lado del Río Bravo y, en contraste, llamaron la atención otro tipo de eventos, especialmente el conmemorativo del 106 aniversario de la promulgación de la Constitución. Ninguna novedad en el discurso presidencial: la misma retórica y visión. Lo que llamó poderosamente la atención fueron dos situaciones que van más allá de la anécdota: primeramente que, en un evento donde el protocolo ordenaba que estuvieran al centro del presídium los representantes de los tres poderes de la Unión, se haya mandado hacia las orillas a la representante del Poder Judicial —la ministra presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña—, y también al del Legislativo —el opositor presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Creel, quien, por cierto, pronunció un discurso muy adecuado en defensa de la pluralidad y la unidad nacional—; y que la ministra presidenta haya permanecido sentada durante algunos notorios segundos, apartándose de los honores dados al titular del Ejecutivo.

Con apenas mes y medio en el cargo, hay que destacar la elegancia y estatura con la que la presidenta de la Corte ha sorteado la desubicada bienvenida que le ha dado el Ejecutivo. Obviamente, su actitud simbólica de no ponerse de pie de manera inmediata fue acremente criticada por el corifeo oficialista, lo que no deja de ser peculiar, cuando nunca han tenido el mínimo cuidado y, más bien, suelen despreciar las cuestiones protocolarias.

Para cerrar el recuento, una perla negra: si ya de por sí estaba bastante devaluada la máxima condecoración con la que el Estado mexicano puede honrar a personas extranjeras, la imposición del collar de la Orden del Águila Azteca al dictador cubano no puede entenderse sino como una loa a un régimen que, aunque se diga “revolucionario”, sigue siendo totalitario, policíaco y represor de las libertades y los derechos humanos.

Como bien señala la picaresca “sabiduría política” mexicana, “la forma es fondo”.