Horacio Vives Segl

Imágenes de guerra

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Más allá de que las redes sociales y las nuevas tecnologías han posibilitado la proliferación de imágenes de las guerras y conflictos armados alrededor del mundo —lo cual lastimosamente ocurre en la actualidad, de forma cotidiana, con la invasión rusa de Ucrania—, hay un puñado de fotografías que, por la potencia de sus imágenes, se convierten en las representaciones más fieles de la crueldad, el dramatismo y la irracionalidad de la guerra.

Me refiero a dos imágenes icónicas: a propósito del 50 aniversario que hace unas semanas se cumplió de la foto de la “niña del napalm” en Vietnam y, en estos días (6 y 9 de agosto), por el 77 aniversario del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, la imagen del cuerpo carbonizado de un niño cerca de la zona cero del lanzamiento del proyectil de Nagasaki.

A fines de los años sesenta, los horrores se habían acumulado y el fracaso de la Guerra de Vietnam era cada vez más evidente. Incuestionablemente, en mucho ayudó a ello la potente imagen del fotógrafo vietnamita Nick Ut, que capturó el momento en el que un grupo de cinco niños corren en pánico, delante de un grupo de soldados, con el telón de fondo de explosiones de napalm en la aldea de Trang Bang, el 8 de junio de 1972. Como es mundialmente sabido, la foto tiene como especial protagonista a una niña de 9 años, Phan Thi Kim Phuc, la única que se encuentra desnuda y quemada, ya que se había arrancado las ropas candentes que abrasaban su cuerpo.

No solamente se convirtió esa fotografía en un emblema de repudio a ese conflicto bélico en particular, sino también en una de las imágenes que mejor representa la especial crueldad de las guerras del siglo XX. Como lo ha narrado reiteradamente Phuc, ese día aciago le cambió la vida, tanto por el daño inmediato causado por la explosión, como por el dramatismo en la carrera por salvar la vida en las primeras horas, los dolorosos procesos quirúrgicos a los que se tuvo que someter durante varios años y las secuelas traumáticas que todo ello le dejó de por vida, además del uso propagandístico que el gobierno vietnamita hizo de su dramática historia; por si fuera poco, luego vendría su deserción y asilo político en Canadá, así como su reinvención personal, traducida en un infatigable activismo a favor de la niñez afectada por conflictos bélicos.

El caso del japonés Shoji Tanisaki tiene similitudes y contrastes. A diferencia de Phuc, quien ha tenido medio siglo de vida para contar su historia, Tanisaki murió inmediatamente con la explosión atómica en Nagasaki. El dramático estado en que quedó el cuerpo de ese niño de 13 años fue capturado por la lente del fotógrafo japonés Yosuke Yamahata. Por siete décadas, no se tuvo conocimiento sobre la identidad del cuerpo, y buena parte de ese tiempo la fotografía fue exhibida en el Museo de la Bomba Atómica; posteriormente, fue donada a las hermanas sobrevivientes de Tanasaki por el hijo del fotógrafo Yamahata. Esta imagen, entre muchas otras tomadas luego de las todavía únicas dos detonaciones atómicas contra población civil, sigue representando claramente la inhumanidad devastadora y barbárica del uso de este tipo de armamento.