Horacio Vives Segl

Inicio de la era Biden: desmontar el legado destructivo de Trump

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl
Horacio Vives Segl
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La toma de protesta de hoy de Joe Biden como el 46º Presidente de Estados Unidos es, por muchas razones, histórica. De entrada, todo cambio de poder en ese poderoso país es relevante en el orden global. Pero, particularmente lo que hoy ocurrirá, tiene una importancia sin precedentes por un conjunto de factores del entorno actual.

Este cambio se da en un contexto inédito en la historia política de Estados Unidos, por varias razones. Lo más importante, que hace apenas dos semanas se dio el asalto al Capitolio en Washington —la sede del Poder Legislativo federal de Estados Unidos—, de lo que (como ya ha sido ampliamente referenciado) el más reciente parangón data de hace poco más de dos siglos, pero a diferencia del ataque perpetrado por las tropas británicas en 1814, en la última guerra que enfrentó a ambos países, el agravante en esta ocasión es que se trató de un ataque interno, alentado por el mismísimo presidente en funciones. Además, desde los eventos del 6 de enero a la fecha, se han sucedido incontables amenazas en contra del presidente electo, del Congreso y, de manera más difusa, contra otros personajes y edificios públicos a lo ancho del país. Tan infausto clima de polarización política y social llevó a que se tomara la decisión de sitiar policiaca y militarmente la capital estadounidense. Una estampa así pudiera compararse con tiempos tan turbulentos como los de la Guerra de Secesión (1861-65) o los movimientos de protesta por los derechos civiles y contra la Guerra de Vietnam en los años sesenta del siglo XX.

También hay que sumar a esta excepcionalidad que el presidente saliente se despide como el único que ha enfrentado dos impeachments (juicios de destitución), uno por el Ucraniagate y otro por incitación a la insurrección concretada en el asalto al Capitolio, proceso actualmente en curso, pendiente de resolución por el Senado. Además —despreciando una larga tradición política y protocolaria en Estados Unidos—, Trump anunció que no se presentaría a la juramentación de su sucesor. Peor para él: la verdad es que muy poco se le va a extrañar y, al menos, evitará afear la fotografía histórica, sobre todo si, como algunos señalan, dentro de algún tiempo termina por ser el primer expresidente estadounidense en pisar la cárcel.

Además de ese berrinche, en sus últimos días como presidente, Trump no desperdició ni un solo minuto, hasta el último, en ahondar en su nocivo impulso destructivo. Habrá que ver los alcances del centenar de indultos presidenciales concedidos in extremis, por ejemplo. Ésas y otras decisiones que toman los presidentes salientes mucho dicen, simbólicamente, de cómo desean ser recordados tras el fin de su mandato: en defensa de una agenda de derechos humanos, Barack Obama ordenó la clausura de la cárcel de Guantánamo, ícono de la práctica de tortura a prisioneros acusados por terroristas durante la administración de George W. Bush; en claro contraste, los indultos de Trump parecieran estar enfocados en ganar simpatías y recursos, quizá incluso impunidad, ahora que se le viene una noche oscura.