Horacio Vives Segl

La política en las Olimpiadas de Tokio 2020

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Lo central de los juegos olímpicos es mostrar la élite mundial del deporte de alto rendimiento y presenciar los límites de fuerza, talento, precisión y arte llevadas a la máxima expresión en competencias deportivas.

El símil se reproduce igualmente en el caso de los juegos paralímpicos. Por diversas razones a la vista, los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 son inéditos y serán históricos. Y más allá de lo estrictamente deportivo, el entorno político resulta particularmente interesante.

En primer lugar, el lobby por conseguir la sede. Al igual que los primeros JO que se celebraron en Tokio —en 1964, con el propósito de demostrar la recuperación de Japón después de la Segunda Guerra Mundial—, obtener la candidatura en 2013 tuvo como intención trabajar arduamente en la recuperación del país tras el desastre nuclear ocurrido en Fukushima, en marzo de 2011. Desde entonces, no fueron pocas las voces que criticaron y se opusieron a la decisión. La prefectura tokiota y el gobierno japonés hicieron lo que correspondió a lo largo de los años para cumplir con el plan y cronograma para el cumplimiento de los JO, hasta que llegó la pandemia del Covid-19.

En la historia de las Olimpiadas, diversas razones políticas impactaron en diversas ediciones: cancelación por las dos guerras mundiales, atentados terroristas (Munich 1972 y Atlanta 1996), boicots políticos recíprocos (Moscú 1980 y Los Angeles 1984) e, inclusive, problemas sanitarios (brote de zika en Rio de Janeiro 2016). Ya de por sí resultó bastante costoso decidir posponer por un año las Olimpiadas que debieron realizarse el año pasado. Ante una nueva ola de contagios en Japón, las presiones por posponer de nueva cuenta —lo que para todo efecto hubiera sido la cancelación definitiva— habría sido devastador.

En algún punto, los actuales JO se parecen a los celebrados en Amberes, en 1920, en ser los primeros en celebrarse después de una pandemia. Cierta y afortunadamente, el número de fallecidos ahora es mucho menor que el de la devastadora “gripa española” que azotó al mundo hace cien años. En aquellos juegos, que además eran mucho más compactos que los de esta era, más que existir una fuerte preocupación por la pandemia —a pesar de la muerte a causa del virus del posiblemente más célebre atleta en ese tiempo, Martin Sheridan— lo políticamente característico fue la exclusión de los países que habían perdido la Primera Guerra Mundial.

Para Japón no era opción cancelar esta Olimpiada. Con la vista puesta en las cercanas elecciones generales, el gobierno encabezado por el Partido Liberal Democrático habría experimentado un descalabro mayor en percepción sobre su desempeño, de cara a la cita con las urnas de octubre. Ya de por sí desde el año pasado, cuando Shinzo Abe renunció a su cargo de primer ministro por motivos de salud, su capital político quedó indeleblemente asociado al descalabro por la posposición de los juegos.

En todo caso, los XXXII Juegos Olímpicos de Verano apenas han iniciado. Tras una extraordinaria, sobria y emotiva ceremonia de inauguración, de alto despliegue tecnológico, seguramente se verán grandes hazañas y emocionantes proezas —el triunfo de Tom Daley ya fue una de ellas—. Así que queda una docena de días para disfrutar de la élite deportiva mundial y desear los mejores resultados posibles a la delegación mexicana.