Javier Solórzano Zinser

El buen juez…

QUEBRADERO

Javier Solórzano Zinser
Javier Solórzano Zinser
Por:

Las referencias presidenciales sobre el fin de la corrupción han terminado por ser arengas políticas y en algunos casos han sido alcanzadas por el fantasma de la terca realidad. 

Lo que sí ha pasado es que en estos años se ha entrado en una nueva dinámica que va creando nuevas condiciones para que se vaya erradicando la corrupción. Se ha avanzado, pero tanto como cantar victoria es aventurado y en algunas áreas nos encontramos muy lejos de ello.

En el diagnóstico de país que desde hace tiempo ha desarrollado López Obrador la corrupción ha sido y es uno de sus ejes centrales, si no es que el más importante. Con razón lo ve como una pieza que ha provocado el desigual estado de las cosas, lo ve también como parte de la descomposición de la sociedad que ha impedido un desarrollo justo.

Desde donde se le ve, la corrupción es parte medular de la impunidad y de los arreglos en que la clase política, de la mano de un sector empresarial, ha participado para su total y definitivo beneficio y complicidad.

La corrupción es un elemento propio del sistema político mexicano y si nos apura, también de una gran cantidad de actividades en la sociedad. Vayamos una vez más al lugar común: el que no transa no avanza. Esto quiere decir que para que un ciudadano pueda desarrollar alguna actividad antes tendrá que pasar por toda una serie de mecanismos que tienen en la burocracia una forma de corrupción; entre más ventanillas y más trámites más proclividad para la confusión y el engaño.

Se ha asumido que la corrupción es como una forma de vida y un mecanismo para “resolver” problemas, porque de otra manera no es posible, los ciudadanos sabemos lo que esto significa. Así nos la hemos pasado y por eso en buena medida tenemos la forma de vida que tenemos.

Es muy probable que esté leyendo algo que ya conoce y que ha visto y vivido en innumerables ocasiones. Nos referimos al tema por la vehemencia presidencial ante él y porque todos reconocemos que se tienen que cambiar las cosas.

A lo que nos hemos venido enfrentando es que los problemas están tan enquistados y son tan cotidianos que no podemos salir de ellos.

Ha venido cambiando la mirada ciudadana y se ha desarrollado una conciencia crítica. La creación de organismos autónomos diseñados para investigar y analizar  la transparencia y la rendición de cuentas son ya instrumentos de acción, control y vigilancia y han provocado una conciencia ciudadana que pasa por la denuncia y por un cambio de mentalidad.

A los ciudadanos nos va quedando claro lo que significa en nuestro desarrollo, en estas relaciones, en nuestras vidas y la de nuestros hijos, cambiar los esquemas de vida. La corrupción nos tiene atrapados y es un elemento que ha inhibido e inhibe las posibilidades de crecimiento y de encontrar formas diferentes de vernos a nosotros mismos.

Todo esto viene a cuento también porque en la conciencia que tiene el Presidente del problema, está dejando de verse a sí mismo y a lo que le rodea.

Su gran batalla contra la corrupción puede sufrir serios reveses, entre ellos el de la credibilidad, si no actúa de manera firme en contra de quienes en su gabinete o entre sus parientes están siendo señalados por hechos de corrupción.

López Obrador carga en los temas de corrupción con un remanente ajeno a él. Muchos de los problemas que enfrenta no tienen que ver con él, pero en el camino empiezan a aparecer otros asuntos que le son cercanos o que tienen que ver directamente con él, como es el caso de su hermano.

No son asuntos sencillos, pero debe entender que para poder enfrentar de manera diáfana los problemas de corrupción enquistados de muchos años, “el buen juez por su casa empieza”… y sin duda estamos a tiempo.

RESQUICIOS.

Señalan a la comida chatarra, refrescos, diabetes, hipertensión, obesidad, problemas cardiacos, más lo que se acumule esta semana. Ya que andan buscándole, ¿por qué no buscan las conclusiones de la reunión de los exsecretarios de Salud?