Julia Santibáñez

Este dolor casi sólido borra lo demás

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Algo se agita dentro de mis costillas. Me asfixio. Tengo pánico. Siento ira. Incredulidad. Desolación. Angustia. Fe. Vuelta a empezar.

Soy la presa por error, pero como no poseo contactos influyentes formo parte de los encarcelados sin sentencia, en un infierno frío que se va a pique. Soy la mujer violada en los separos, la muerta al fondo de un olvido. Decenas de incertidumbres a cambio de una certeza: la justicia no es real. No en México. Estoy entre cientos de expedientes que nadie advierte, pero tras cada uno asoman ojos marchitos. Los míos.

Vine a la Suprema Corte de Justicia de la Nación para ver La historia de la justicia en México, conjunto de murales de Rafael Cauduro. El mexicano usa con eficacia el hiperrealismo para no dar tregua. Así me obliga a masticar lo que ocurre a diario en el país desde hace siglos: desde una recreación del tzompantli (masacre con todas sus letras, parece decir, a contracorriente de la romantización del mundo prehispánico), pasa por la tortura, la violación, el homicidio, la brutalidad policiaca. Representa tanto la dimensión humana como política de todo ello. Es testimonio de nuestro nombre, sangriento de origen.

Aunque había visto fotos de las piezas, encontrarme en primera persona con esta belleza terrible me fractura. No puedo voltear a otro lado. Este dolor casi sólido borra lo demás. El pintor hace que en cada rostro cobre vida una persona, culpable o no, a quien la impotencia le llena las horas; podría ser yo. Ahora mismo soy yo. ¿Qué responsabilidad tengo en esto?

La obra, inaugurada en 2009, ocupa una de las esquinas de la Corte, en tres niveles de escaleras. El muralista incorpora los barandales para presentar a sus personajes en planos insólitos, a través de materiales, perspectivas, volúmenes. Las mismas escaleras son protagónicas. Eso lo entiendo porque me esfuerzo en razonar, busco entender qué golpea mi cuerpo emocional, pero más bien pienso en aquello de Juan Rulfo: “La literatura es una mentira que dice la verdad”. Exacto. Aunque esta asesinada no existe, es cierta. Sin juicios simplistas, Cauduro interpreta la rompedura cotidiana de mujeres y hombres que mascullan: “Son de los mismos. Nos van a matar a todos, Antígona. Son de los mismos. Aquí no hay ley. Son de los mismos. Aquí no hay país”, como escribe la poeta Sara Uribe.

Qué potente contemplar este mensaje en la Corte de un país donde la injusticia se pasea, altanera. Imagino al creador escuchando historias de la gente, mirando ojos que libran batallas contra el

desamparo, decidiendo en cuáles compactar la perversidad social, sin caer en la sociología. Así logra sensibilizarme, neutraliza la anestesia provocada por la costumbre. Le regresa su plena dimensión de horror a la violencia.

Franz Kafka dijo que un libro necesario es el que rompe el mar helado dentro de mí. Parafraseo: eso mismo hace el arte necesario.