Julia Santibáñez

Esto es escandalosamente liberador como mujer

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. 
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
 
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Según miles de hombres mexicanos, pertenezco a un género que pueden manosear, penetrar y asesinar a voluntad, sin consecuencia. Sienten el derecho natural (avalado por la religión) de vernos como objetos. La educación heredada ha normalizado la violencia, por generaciones la ha explicado como así son ellos. Aprendemos que si alguien nos obliga a tener sexo mejor no decir nada, es la máxima vergüenza, de tan mal gusto.

En el otro polo, la neoyorquina Camille Paglia escribió en los noventa esto revulsivo y fascinante sobre el tema: “Corre el riesgo, asume el reto [del juego sexual]: si te violan... es algo que el riesgo de la libertad lleva implícito, [la libertad] que las mujeres hemos exigido. Acéptalo. Levántate, sacúdete el polvo y sigue adelante” (traducción mía). La francesa Virginie Despentes recuerda el impacto de leer ese texto tras ser abusada por tres chicos a los 17 años: “Se instala en mí una paz interior... Pensar por primera vez la violación de una manera nueva... Alguien valoraba la capacidad de recuperarse, más que explayarse en la serie de traumas... Desvalorización de la violación, de su alcance, de su resonancia... Una libertad increíble de desdramatización”.

Aunque en cierto modo la propuesta de Paglia acepta la fatalidad, coincido absolutamente con ella en lo espléndido que sería disminuir la carga destructiva de silencio que rodea el ataque sexual, derivada del puritanismo que subraya la vagina como lo único valioso de una mujer y el tesoro máximo que debe guardar. ¿Podemos desarticular la narrativa de siglos sobre el asunto, quitarle el peso de la degradación, obviar el trauma de perder la virginidad, como si viviéramos en el México porfiriano? ¿Si transmitimos a las víctimas de violencia sexual que son mucho más que esa historia, que no están condenadas a habitar un desastre continuado porque con apoyo profesional tanto el sexo como la vida pueden estar hinchados de gusto? ¿Si hablamos con las niñas del riesgo y sugerimos que si quieren abusar de ellas intenten orinarse, vomitar o gritar, además de contarlo a un adulto confiable? ¿Si les hablamos de nuestras experiencias al respecto? ¿Si enseñamos a los niños que violar mutila su dignidad humana? Es decir, ¿qué tal si suprimimos la fuerza del secreto?

Para el sistema masculino una mujer vulnerada carece de valor, aun para ella misma. Sigamos luchando contra las violencias de género y usemos tanto la rabia como la fuerza de las palabras para cambiar ese marco mental, para diluir lo empequeñecedor de una violación y ser “algo más que víctimas”, dice Jimena González en un poema. El silencio tanto como la vergüenza subrayan repetidamente el dolor de un ataque (lo viví a los ocho años, aquí he hablado de ello), entre otras agravantes.

Normalicemos esta conversación. Restar culpa y sigilo al forzamiento nos dará un poder insospechado. Escandalosamente liberador.