Julia Santibáñez

La extrañeza ante lo indecible

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Daniel se suicidó. Su madre era Piedad. Mejor: sigue siendo su madre, la sobreviviente, la que no quiso ocultar la enfermedad mental del hijo ni eufemizar el salto al vacío y la rotura de tanto más que un cuerpo, la misma cuyo susurro pregunta: “¿En qué pupila / quedaste tú grabado para siempre // aún vivo / pero volando triste hacia la muerte, // en el último instante, el cielo a tus espaldas?”.

Luis es viudo. Luego de cerca de treinta años, su esposa fue presa del cáncer que tiene ruidosas alas y un pico de filo, rojo de escarbamiento. Él la acompañó a lo largo del año y tres meses de “la memoria con gasas”, de la Navidad “sin cabellera”, de los “duros transbordos para llegar al baño”. Almudena perdió la vida y no ha vuelto a encontrarla; él lleva desde entonces un hueco de carne en el pecho, uno tremebundo. Aprende de nuevo a respirar.

La colombiana Piedad Bonnett y el español Luis García Montero asumen el riesgo tanto estético como ético de escribir sobre la pérdida individual. Cada uno “llagado de las telas del corazón” (diría don Quijote) posee un oficio de varias décadas, a partir del cual eligen y combinan argumentos tan frágiles como un puño de sustantivos. Verbos. Adjetivos. Los dos rehúyen la autocompasión ante el desgarro y más bien echan mano de su bagaje de palabras para investigar qué les pasa por dentro con la ausencia, qué flancos se revelan (se rebelan) de sí mismos. Luego trabajan los versos para decir mejor la piedra atorada en la garganta, para que todos sepamos cómo es y, cuando nos toca tragar las nuestras, podamos acudir a sus líneas a fin de dar nombre al ahogo semejante. A fin de acompañarnos. Ahí está una clave poderosa.

Los escucho en Málaga dentro del encuentro de escritores Verdial: Fiesta de las Letras y la Cultura Iberoamericana, organizado por La Térmica y UNAM España, al que fui invitada por Jorge Volpi y Fernando Iwasaki. Con destreza, el periodista español Jesús Ruiz Mantilla guía la conversación de los autores por parajes descalzos, en los que cualquiera se reconoce. Apunta García Montero: “El poema ocurre si logras pasar del yo al nosotros, rebasas el desahogo personal y cuentas a la tribu tu hecho de pena. Entonces se hace comunidad”. Piedad subraya: “Los poetas buscamos convertir en belleza el dolor que nos es común, el miedo a olvidar la voz del muerto. De la extrañeza ante lo indecible nace la poesía”.

Qué privilegio es la literatura. Si bien no dejamos de cargar el edificio de angustia que nos toca, al leer la vivencia de otros la nuestra adquiere un sentido de valor, de compañía, incluso en noches en las que alguien arranca de cuajo la luna. Fue necesario sentarme en esta silla emocionada en Málaga para acabar de entenderlo.