Julia Santibáñez

Las mareas de mi cuerpo

LA UTORA

Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“But there are tides in the body”, dice el narrador de Virginia Woolf en Mrs. Dalloway. Lo menciona tan sin venir a cuento.

Sí, las galaxias y el propio mar pulsan; también los miembros se sintonizan con ondulaciones. Con resacas. El cuerpo tiene mareas, mareas de sorpresa, corrientes subterráneas. El primer sonido que nos ritma es el del corazón de nuestra madre. En su cadencia nos reconocemos. Y la bolsa líquida donde flota el embrión mientras se gesta deja una huella que los años no borran: ochenta por ciento de la sustancia corporal de un adulto es líquida. Aunque nos creamos seres sólidos, obedecemos leyes de los líquidos: los órganos reaccionan a la Luna, además somos maleables, fluimos, nos interpenetramos con los otros. Por eso cada historia individual acumula mareas sobre mareas, en especial de quien nos significa, quien nos transparenta las emociones.

Salud y enfermedad son también ciclos, una sigue a la otra sin costuras, pero en días vivo la segunda como visita a traición en casa. Conozco la teoría y sin embargo rechazo lo denso del sufrimiento de quienes quiero. Me saca el aire. Lo traigo aquí porque me angustia saber a mi gente prendida con alfileres: alfileres que atraviesan su carne y que los (nos) mantienen en vilo, en sacudidas que alteran violentas la superficie de los días. En 2020 estuve con mi madre, junto a su cama, en las horas últimas. Acuné su mano blanca entre las mías bastante más allá del final. En junio pasado besé a mi hermana días antes de que muriera de cáncer. Le acaricié el pelo sucio, la frente. Reconocí tener miedo. Le dije: “Tengo miedo, hermana”. Cómo se movieron hondo las aguas de quien realmente soy. Pero no me acostumbro, no puedo, a ver el dolor de mis necesarios. Ahora estoy con Juan Pablo y me duele: tuvo una cirugía de seis horas, respira a través de puntas de oxígeno, nueve mangueras salen de su tórax. Toco su brazo, herido por agujas. Cuánto quiero ese trozo de piel.

La palabra vaivén, guapa en sí misma, tiene la estatura de la vida humana: venimos y vamos infatigables, jamás en reposo, incluso inmóviles. Sístole y diástole cifran lo poroso que se nos escribe en los adentros. Y cada respiración no es sino una cadena necia de reflujos. Nos gobierna la alternancia de ritmos.

“Qué pasa, qué está pasando siempre sobre mi corazón / que me siento doliéndole a la sombra, / estorbándole al aire su perfil y su espacio”, asienta el cubano Gastón Baquero. Hoy le estorbo al aire porque me enoja que sea tan inestable el bienestar. Por esta ocasión quiero la certeza, lo sólido de ver bien a quien amo. Las mareas de mi cuerpo se agitan.