Julia Santibáñez

Lo que me urrrge de Navidad

LA UTORA

Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Tecleo en mi teléfono: Sándor Márai. Le estoy recomendando a un amigo algún título del escritor húngaro, luego de que en días pasados ponderé las insuperables virtudes de su novela La mujer justa; el autocorrector cambia el nombre del autor por el anagrama Sandro María. Caray. Podría ser el apelativo artístico del hijo de Sandro de América, aquel roquero argento de los setenta.

El celular resulta consustancial a mi faena como escritora. Hace poco mencioné a Eric Clapton cuando texteaba con una amiga sobre las iniciativas musicales en la era Covid. La mente autónoma de mi teléfono corrigió: Eric Claxon. Imaginé un mano a mano de mis intérpretes favoritos: Paul McCormick, Jean-Pop Sartre y el propio Claxon. Jamás se me hubiera ocurrido de no ser por el avance sugerente de mi iPhone.

He notado que se engolosina en particular cuando quiero lucirme: en un grupo solemne de WhatsApp diserté sesudamente sobre Juana, la Loca, y él añadió un gesto de carácter. Puso Juana, la Coca. El cambio de una letra revela tantas sutilezas y registros que no se cree. En otro momento mencioné a la autora chilena de la canción “Gracias a la vida”, quien se suicidó poco después de escribir ese canto esperanzado. Mi teclado la llamó derechamente Violenta Parra. “Dejémonos de eufemismos, viva la paronomasia y viva la antipoesía de su pariente, Nicanor Parra”, enfatizó. Hace unos meses iba a citar en Twitter —con nostalgia— aquella cinta de Fellini que no he visto, pero me haría quedar bien: La nave va. El texto predictivo completó La nave del olvido, rola de José José. Mi ánimo melanco ganó en matices.

Regreso a los libros, que son por mucho la relación más estable que he tenido en la vida. En lugar del manoseado Macondo de Gabriel García Márquez, mi aparato prefiere McOndo. Quiero patentar el nombre para una cadena de hamburgueserías e inaugurar un pueblo mágico —nunca mejor dicho— a la orilla de grandes urbes con ubres, donde pululen montones de Úrsulas y Arcadios. Mi iPhone disfruta otracosear tanto a autores como obras. Siempre los mejora. Afirma que Shakespeare en realidad escribió Romeo y Julita, que el título original de la novela de Miguel de Cervantes es Qué hijote y cuando para hablar de sublimidades menciono a Antonio Machado, él resalta el desbordadismo del poeta: lo llama Antonio Manchado.

En esta época pandémica, polémica y anémica, mi teléfono ha potenciado su filo creativo. Yo escribía sobre la cinta de Buñuel y él acuñó Viruliana en vez de Viridiana. Cuánta actualidad. Luego tuve que informarle al galán sobre el deceso de un amigo en común y deslicé un eufemismo: se lo cargó el payaso. El mensaje que llegó a ojos del amasio fue: se lo cagó el payaso. Cuánto ganó en esplendor.

Las musas qué, me urrrge pedir de Navidad un par de celulares más, por si éste se me descompone.