Julia Santibáñez

Once fotos que amueblan mi cabeza

LA UTORA

Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Hace poco nos mudamos aquí, tengo cuatro años. Es de madrugada, papá sorprendió a un ladrón que se había metido a robar y éste huyó entre gritos. A mi hermanita y a mí nos están dando bolillo. El miedo es un pantano.

Ando por los siete. Soy dos rodillas hechas a esto: jugar carreteritas con Fernando. Ahí se ve el camino trazado con gis. Ésta es nuestra casa en Houston, donde papá es bombero.

Tengo doce, estoy en mi clase de italiano. Cuando sea grande quiero ser traductora de idiomas. Ya hablo tres.

Y catorce, diecisiete, veintiuno. No volvería a los veintiuno. La foto de mi boda con el magnate me grita que (casi) todo es un error. El barco y el naufragio.

Es tarde en la noche. Se alcanza a ver que amamanto a mi hija, de dos meses: la sacia mi cuerpo, esta fábrica de asombros. Subrayo con Daniela Rea: “Me devoras. Eres de mí. De mi leche, de mi fuerza, de mi cansancio”.

Me mudé a Tepoztlán, donde compré este terreno arbolado con el dinero que me heredó un tío de lo peorcito. Estoy dando clase de yoga.

Cumplo cuarenta: vine a México a celebrar con familia y amigos. No me casé ni tuve hijos. Radico en Barcelona, donde soy una autora best seller, lo cual me gusta mucho y poco.

Un oftalmólogo rescató mis ojos obscenamente miopes, ya tengo vista 20/20. Es mi primera cámara profesional: boté todo, me voy a dedicar a la fotografía.

Curso el doctorado en poesía isabelina en la Universidad de East Anglia, en Inglaterra. Vivo ajenada. Busco la salida de emergencia. Quizá en México estaría mejor.

Ésta es mi oficina, donde dirijo la edición en español de una revista francesa. Es una buena chamba, me proyecta, voy seguido a Europa, pero es a costas de mis costillas, porque dejo aquí “mis capitales años desterrados”, diría Rafael Alberti. Y es que no me resta tiempo para lo indispensable: hacer escultura.

Él es mi pareja actual. Lo capté en el estudio, en esta casa preciosa donde vivimos con mi hija, donde nos aburrimos tanto que es como tomar a diario un vaso de leche tibia.

En este amasijo de verdades y ficción, en cualquier alternativa que explora mi cabeza sé la pregunta recurrente: ¿allá sería más feliz? ¿En ese otro espacio, en ese tiempo? ¿Viendo aquellos paisajes? Me persigue el gran quizás de Rabelais, la incertidumbre de si la verdadera vida pasa hoy a mi costado. Si me está dejando al margen.