El blues está a cargo de todo

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Es cierto que Jackson C. Frank compuso más de una canción en su singular vida (todas las vidas lo son, pero la suya destaca en patetismo), pero también es cierto que todas las canciones que compuso y cantó son en realidad la misma canción, y que se pueden condensar en una, “The Blues Run the Game” que da inicio al único disco que grabó en vida: Jackson C. Frank (1965).

¿Qué exige de nosotros la vida para que podamos escribir un gran poema, componer una canción memorable, pintar un cuadro ejemplar? No conozco la respuesta, pero sin experiencia, sin vida, es difícil forzar una creatividad que de verdad nos toque y comunique. Y el precio que pagó Jackson C. Frank para poder legarnos el muy personal blues de “The Blues Run the Game” fue total: pagó con una vida de desgracias. Y, como me dijo el amigo que me lo presentó, valió la pena.

La mayor desgracia, la que lo define, la que acaso arde secretamente (y no tan secretamente) en cada canción, fue el incendio que se desató en su escuela en 1954 al estallar un horno cuando Frank tenía once años de edad y que se cobró la vida de quince de sus compañeros, incluyendo la de su novia Marlene du Pont. Frank huyó por una ventana, pero padeció quemaduras en la mitad de su cuerpo y tuvo que permanecer en el hospital casi nueve meses. Las quemaduras (y el trauma) lo afectaron de por vida, encorvando su figura y produciéndole una cojera permanente. Los títulos de algunas de sus canciones (“Marlene”, “Yellow Walls”) hablan por sí solos.

La mayor influencia musical de Frank fue Elvis Presley, al que estuvo a punto de conocer en 1957. Estudió periodismo, pero no perseveró, tuvo dinero (una jugosa compensación entregada a los niños sobrevivientes del incendio), pero lo dilapidó, formó una banda de música folk, pero la abandonó. Se mudó a Inglaterra en 1965, junto con su novia Kathy Henry, quien lo dejó poco después cuando la salud mental de Frank comenzó a declinar. Ahí, en Londres, en una sesión de seis horas acompañado por Paul Simon (productor del disco) y Art Garfunkel, grabó su único, epónimo disco. En esa sesión, pidió ser cubierto por pantallas para que no lo vieran cantar. A partir de entonces, comenzó un declive físico y mental que acabaría gradualmente con él.

El destino parecía ensañarse con Jackson: tuvo un hijo que murió al día siguiente de su nacimiento, se endeudó por completo y vivió largas temporadas en la calle, mendigó, perdió un ojo cuando unos niños que jugaban a disparar salvas le dieron accidentalmente, padeció esquizofrenia, decía escuchar a “nudistas espirituales” que lo inspiraban a desvestirse en público, subió brutalmente de peso, se transformó y resultó irreconocible incluso para sus amigos. Paralelamente y en sentido inverso, el del éxito, su canción “The Blues Run the Game” fue aplaudida por sus colegas e incluso interpretada por varios de ellos, como Simon and Garfunkel, Counting Crows, John Mayer y Nick Drake.

Frank murió a los 56 años de edad, habiendo visitado muchos hospitales psiquiátricos y compuesto docenas de canciones que, como ya dijimos, son una y la misma. En esa canción, afirma que el blues está a cargo de todo, y es muy probable que tenga razón.

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