Cambios

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En su extraordinario poema “Torso arcaico de Apolo”, Rilke describe el poder que emana de una escultura de Apolo a la que le falta todo: los brazos, las piernas y la cabeza, pero el restante torso arde aún como un candelabro y centellea por cada uno de sus lados “como una estrella”. 

Desde ese torso, dice Rilke, “no hay un solo lugar que no te vea”. Y remata el poema con uno de los finales más sorprendentes, enigmáticos y potentes que se conozcan: “Debes cambiar tu vida”. Nada en el texto anunciaba ese remate, y sin embargo es perfecto. Ese torso sin cabeza nos mira: debes cambiar tu vida. Ese torso brilla como piel de fiera: debes cambiar tu vida. La vida que encierra ese pedazo de piedra nos interpela frontalmente y nos dice: debes cambiar tu vida.

Yo me he sentido intimidado siempre por ese final, sabiéndome observado por el torso de Apolo. ¿Por qué? Muy sencillo: porque debo cambiar mi vida. El cambio es consustancial a nosotros, somos cambio y jamás permanecemos iguales a nosotros mismos (para el budismo, la impermanencia es una ley), pero lo cierto es que la quietud, el sedentarismo y la costumbre nos impiden notar el cambio y mucho menos serlo a voluntad. Pero un solo, pequeño movimiento, un deslizamiento de nuestro acostumbrado eje nos ofrece toda una nueva perspectiva del mundo que antes desconocíamos. Y la perspectiva lo es todo: es un soplo de oxígeno contra el dogma, la verdad única y la arrogancia. No olvidemos Rashomón, la película en la que Akira Kurosawa nos cuenta cómo el asesinato de un samurái en el bosque es descrito de manera totalmente distinta por los testigos que estuvieron ahí, uno cerca del otro pero desde distintas perspectivas y subjetividades. Yo pienso que el samurái es uno mismo, y que es muy recomendable ver nuestra vida desde ópticas diferentes, cambiantes, nuevas. ¿Cómo hemos de conocernos desde la fijeza, desde unas circunstancias generalmente predecibles y reacias al viento de la sorpresa o, si se prefiere, de la novedad?

El mejor antídoto contra el nacionalismo, se sabe, es franquear las propias fronteras y dejar que el magisterio de la distancia haga lo suyo, como lo hace la empatía: entendiendo y de ser posible viviendo experiencias nuevas, ajenas, saliendo de nosotros mismos para ser otros, cambiando, sí, pero sin dejar de ser eso que somos. Uno es el samurái y uno es también el país: el punto de vista diferente, el desplazamiento y el viaje nos enriquecen y contribuyen a un entendimiento mucho más robusto del fascinante enigma que nos constituye. A mí me gusta sorprenderme doblando una esquina, encontrarme conmigo mismo en un contexto enteramente nuevo y saludarme (o a veces asustarme): mucho gusto, soy la flamante versión de quien creías eras tú, vengo no del futuro sino desde otra perspectiva y estás bien, tu visión se ha expandido, tu experiencia se ha multiplicado. Esto no me hace mejor que nadie, quien permanece toda su vida en una casa, en un barrio y en un país encarna riquezas diferentes. Se puede ser Marco Polo, explorando el mundo incansablemente, o Kublai Kan, fijo en el centro de su reinado y feliz escuchando las aventuras de aquél. Se puede ser, también, una armónica combinación de ambos.