Epigramas y escolios: un diálogo hipotético en París

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Uno nació y murió en Ciudad de México, de 1888 a 1932. Otro nació y murió en Bogotá, de 1913 a 1994. Ambos fueron escritores más raros que secretos, rareza cultivada por ellos mismos, reacios al roce social e incluso a la vulgaridad del presente.

La publicación de sus textos les importaba menos que su insobornable honestidad, muchas veces incómoda, deliberada y furiosamente impopular. El pensamiento de ambos tenía una sólida y profunda raíz en el mundo clásico, y consideraban al progreso como un espejismo multitudinario y poco elegante. Su prosa, en cambio, fue muy elegante y concisa, como trazada por miniaturistas del Medievo. Sus aforismos se pueden leer como píldoras de inteligencia o como cuchilladas de lucidez, según la recepción de sus lectores. Feroces, reaccionarios, dandis de la escritura que hoy serían cancelados antes de decir pío. Imaginar un diálogo entre ambos es una fantasía casi perversa. Pudieron coincidir, cuando el mexicano, Carlos Días Dufoo Jr., pasaba una larga estancia en París poco antes de publicar sus Epigramas, y cuando el colombiano, Nicolás Gómez Dávila, recibía en esa ciudad la educación del aristócrata que desembocaría en la riqueza de sus Escolios a un texto implícito. Aquél, de 39 años, no muy lejos de su previsible suicidio a los 44, y éste, de 20, con una larga vida esperándole encerrado en su biblioteca.

CDD: ¿Acaso el arte no es naturalmente aristocrático?

NGD: Aunque realmente fuéramos iguales, la igualdad no tiene por qué ser un ideal.

CDD: Los hombres son dioses muertos.

NGD: Todo hombre vive su vida como un animal acosado.

CDD: Ponerse de acuerdo con uno mismo es nuestra mayor dificultad.

NGD: Debemos forzarnos a la lucidez para evitar que las cosas resbalen sobre nosotros como sobre una piedra aceitada.

CDD: Y tener una vocación soberana, como componer música en un mundo de sordos.

NGD: Creemos en muchas cosas en que no creemos creer, pero cada día resulta más fácil saber lo que debemos despreciar: lo que el moderno aprecia y el periodista elogia.

CDD: Debemos evitar gastar largos años para tener un estilo y, cuando lo tenemos, nada tener que decir con él, como aquél a quien la razón lo abandona cuando necesita pensar.

NGD: La imbecilidad cambia de tema en cada época para que no la reconozcan. Las ideas tiranizan a quien tiene pocas.

CDD: Hubiese dado cualquier cosa por una creencia elemental, por un pequeño refugio, animal y secreto.

NGD: En el último rincón del laberinto del alma gruñe un simio asustado.

CDD: Cuidadosamente rodeado de ideas prudentes, inaccesible a los excesos, escudado por la dura barrera de las teorías mediocres, dicta, burocráticamente, opiniones definitivas.

NGD: Nada más peligroso que resolver problemas transitorios con soluciones permanentes.

CDD: Quisiera morir navegando en una bella frase, arrastrando un recuerdo bondadoso, disuelto en un paisaje. Quisiera morir en el fulgor de una idea, momificado entre los claros términos de un silogismo. Quisiera morir silenciosamente, sin dejar una huella, como muere una música lejana en un oído inatento.

NGD: El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo consiste en pegarse un balazo en el alma.