Julio Trujillo

Llega abril como un idiota

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Abril es el mes en el que el mundo se refresca cíclicamente, se hace nuevo otra vez, renace. Ignoramos el origen y el final de los tiempos, pero sabemos que en medio hay una constante renovación que abril anuncia con señales varias, como el triunfo de la tibieza sobre el frío, la apertura de las flores y la bonanza de las lluvias. Una etimología sugerida (pues la palabra abril es un misterio) es el latín aperire que significa abrir, otra se inclina por el aphrilis de Afrodita, ambas coincidiendo en belleza y juventud.

Al pronunciarlo, reconocemos su indudable belleza fonética, con la a que abre como flor y esa b labial rozándose con la r fricativa y desembocando, previa i, en la deliciosa l alveolar: abril. La llegada de la primavera, tan arruinada ya por el cliché y el entusiasmo new age, se puede interpretar casi intuitivamente como la victoria de Eros sobre Thanatos y de la luz sobre la oscuridad: basta salir y respirar un aire más ligero, en silencio, para escuchar lo que el mirlo tiene que decir. La promesa de abril, para quien sufre, es como la luz al final del túnel para quien atraviesa una temporada en el invierno.

Abril es, por supuesto, imán de centenares de poemas y obsesión de algunos poetas, como Jaime Torres Bodet, quien le dedicó toda una serie de la que no quiero acordarme. Famosamente, T. S. Eliot declaró que abril es el mes más cruel. ¿Por qué? Porque su anunciada renovación no llega hasta la tierra baldía, yerma. Ésa es mi interpretación. Pero para muchos otros poetas no sólo es la estación en la que el mundo se refresca sino una invitación al amor (no olvidemos a Afrodita o Venus). Rubén Bonifaz Nuño dice: “Y nuevamente abril a flor de cielo / abre tus manos tibias…” Se dirige a ella, cómplice del mes, y lo que se abre son las flores de las manos. Ogden Nash, sencillamente, declara: “I love April, I love you”. Para Juan Ramón Jiménez, sin la presencia de ella el mes no es convincente: “Abril, sin tu asistencia clara, fuera / invierno de caídos esplendores”.

Para Ana Ajmátova, abril es tierno y frío y trae una visita que, aunque llega con años de retraso, le da alegría. Dado que algo tiene de borrón y cuenta nueva, para W. D. Snodgrass abril es el mes del inventario personal (y no sólo para él). Gibrán Jalil Gibrán dice que, si siembras aflicciones en otoño, los cosecharás como flores en abril. Machado condensa las lluvias estacionales en un octosílabo perfecto: “Son de abril las aguas mil”. Agregando una sílaba al metro, Neruda se pregunta: “¿Has pensado de qué color / es el abril de los enfermos?” Igualmente eneasílabo, Valle Inclán, siempre superlativo, confiesa: “Y era el abril, cuando ululante, / por mi vida pasó un ciclón…” W. S. Merwin dice, con belleza, que “abril se hunde en la arena de los nombres”. Podríamos seguir y seguir, pero hay que cerrar esta columna, y lo haremos de la mano de una desencantada, e incluso molesta, Edna St. Vincent Millay. La poeta se pregunta qué función cumple abril al regresar una y otra vez, si “la belleza no es suficiente”, si el mes ya no puede tranquilizarla con la apariencia de que no hay muerte. No, ella sabe que no, que la misma vida es nada, que

No es suficiente que anualmente y por el monte

llegue abril como un idiota

a repartir y balbucear sus flores.