Noticias del viento

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El inicio del relato “Los pájaros” (y me parecen perfectos tanto el inicio como el resto del relato), de Daphne du Maurier, dice así: “Durante la noche del tres de diciembre, el viento cambió y ya era invierno”.

Un giro, un cambio en el viento bastan no sólo para instalar el invierno sino para establecer una temperatura narrativa, gélida, sí, como el frío mudo que provoca el terror. La llegada del invierno es la llegada del miedo, anunciado por los instrumentos sordos del viento y también, cómo no, por la presencia ominosa de los pájaros. Lo que en la película de Hitchcock es una visible, diurna pesadilla, en el relato de Du Maurier es un encadenamiento sutil de acontecimientos iniciado por un cambio en el viento.

Sin quitarle una sola rayita al talento de Du Maurier, hay que decir que vivió la mitad de su vida en Cornwall, Inglaterra, región dramática en sí misma, golpeada incesantemente por un mar de plomo y despeinada por poderosas rachas de viento cortante. Du Maurier describe el cielo de Cornwall como “color de sal”, y si alzo la vista lo confirmo: nos cubre una impasible bóveda salina. Es sorprendente descubrir que, en una península tan lluviosa, nadie lleva paraguas, y la razón es contundente: el viento constante produce una lluvia horizontal que se ríe a carcajadas de las sombrillas. Pero la gente se adapta, se echa a nadar en el mar helado y se niega a llamarle lluvia a lo que yo considero un aguacero. ¿Cómo no usar el clima como herramienta de escritura, e incluso como personaje? ¿Cómo no querer encuerarse bajo un ridículo

rayito de sol?

¿Y cómo no asustarnos genuinamente cuando nos anunciaron que se aproximaba la tormenta Eunice, probablemente la más fuerte en treinta años, y que iba a golpear en la mera nariz de Cornwall, donde este chilango vive humildemente? “Se atormenta una vecina”, pensaba yo, como un tarado, pero el miedo era real y todas las señales tan ominosas como los pájaros de Du Maurier: la alerta, roja; el peligro, de muerte; los vientos, amenazando alcanzar las cien millas por hora… Mi imaginación volaba como el viento, y ya veía una ola de treinta metros engulléndome de un limpio trago, o toda la casa desarraigada como un arbusto y perdida en una nube en las alturas. La noche antes de la llegada de Eunice, el soundtrack de mis sueños fue un ulular agudo que se coló por la ventana, como en una película de Hitchcock.

Eso fue hace un par de días y no ha sucedido nada grave, afortunadamente, aunque Eunice sigue aquí, molestando. Puedes dejarte caer, que el viento no te dejará tocar el suelo… Me pregunto cómo se ve afectada la escritura por las condiciones atmosféricas, si en estas coordenadas se produce una poesía ciclónica, huracanada, una poesía de tromba y vendaval. El viento barre y se lleva muchas cosas, pero también debe traer otras, tal vez venidas de muy lejos. Tal vez con la corriente lleguen otros verbos, un nuevo armado de palabras para echarlas a volar. Tal vez la respuesta (¿cuál era la pregunta?) esté soplando en el viento.