Espuma

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Quería escribir sobre el arte de caminar, bautizado así por los poetas románticos ingleses pero practicado desde que descubrimos que no es necesario desplazarnos utilitariamente de A a B para establecer un ritmo, una pauta, un suave tamborileo bípedo que de inmediato es adoptado por otro arte, el de pensar, como bien lo sabían los filósofos griegos de la escuela peripatética, que dictaban cátedra caminando, y muchos otros pensadores, como Rousseau o Kierkegaard, quienes no podían echar a andar sus ideas sin antes dar un paseo, pero no sé cómo escribir sobre un tema así, con gran soltura, si en mi país seis periodistas han sido asesinados en lo que va del año.

Quería escribir, sí, sobre los poetas románticos ingleses, artistas del caminar, quienes recorrieron larguísimas distancias por Europa, o solamente largas, por la región de los lagos de su isla, o cortas, sencillamente dando vueltas en su jardín para, con las piernas, establecer no sólo una manera de pensar sino un metro, una medida específica del verso, como el gran gurú de todos ellos, Wordsworth, quien toda su vida hizo larguísimas, largas y cortas distancias, para quien caminar era igual a ser, como lo demuestra en ese largo poema que es en realidad una larga caminata y una ética del paisaje, el Preludio (en cuyas primeras líneas el poeta elige como guía a una nube errante), pero ¿cómo callar ante el hecho de que, en un ambiente más que hostil, en un ambiente de vida o muerte, el Presidente de México contribuye a la crispación atacando a un periodista?

Quería escribir sobre Coleridge, gran caminante, y sobre otros poetas ingleses menos conocidos, como el coronel John Oswald, quien caminó hasta la India, se hizo vegetariano y místico y se entregó a la Revolución francesa con la intención de llevarla a Inglaterra, o de “Walking” Stewart, quien se había ganado a pulso su apodo y sobre el que De Quincey escribió: “No hay región permeable a los pies humanos, excepto, pienso, China y Japón, que no haya sido visitada por Mr. Stewart con en ese estilo filosófico que lleva a un hombre a moverse lentamente por un país y a frecuentar continuamente a los nativos de ese país”, o de John Thelwall, autor del libro Peripatetic, pero ¿cómo hacerlo si mientras tecleo estas líneas hay colegas reportando con varias amenazas de muerte sobre sus cabezas?

Quería decir que el canon, o el “club de los caminantes”, ha sido casi exclusivamente masculino, pero que gracias a Rebecca Solnit y su magnífico Wanderlust, a history of walking, he descubierto a autoras como Robyn Davidson (y sus caminatas por Australia) y Ffyona Campbell, quien, ni más ni menos, hizo una caminata alrededor del mundo, o confesar que me muero por leer un ensayito de Virginia Woolf en el que sale a caminar por las calles de Londres en busca de un lápiz, pero se me quitan las ganas cuando pienso que en México se cometen diez feminicidios al día y que Andrés Manuel López Obrador no ha pronunciado una vocal que reconozca esa terrible verdad, ni mucho menos hecho nada para intentar resolverla.

En fin, que, como dijo Vallejo, quiero escribir pero me sale espuma, de rabia e impotencia.