De una pulga a Dios

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Ha aparecido una nueva biografía del gran poeta metafísico John Donne, titulada Súper-infinito y subtitulada Las transformaciones de John Donne. El título alude al carácter superlativo del poeta, que aspiraba en sus sermones, ensayos, cartas y poemas a iluminar un espacio más allá del infinito.

En un sermón escribió que algún día estaría con Dios “en un infinito, un súper-infinito, un espacio inimaginable, millones y millones de espacios inimaginables en el cielo”. Más que una vacía grandilocuencia, a Donne lo caracterizó siempre una voracidad de “más allá”

que lo llevó directamente a la teología y a la seducción de la muerte, fijada ésta en su ensayo Biathanatos, que en su momento fue el primer tratado serio, en inglés, dedicado al tema del suicidio. Y el subtítulo de la biografía alude a las muchas personas que John Donne fue, sin pelearse las unas con las otras: poeta, amante, ensayista, predicador, satírico, político, cortesano, capellán del rey y deán de la catedral de San Pablo: un personaje que constantemente se reinventó y que pasó de ser un joven libertino al predicador más respetado de su día, atrayendo a miles de personas a escuchar sus sermones en Londres.

La indudable actualidad de Donne propone su biógrafa Katherine Rundell, es que tenemos el mismo cuerpo y las mismas pulsiones hoy que en el siglo XVII. Somos los mismos amantes, por nuestras venas corre la misma sangre, y esto es algo que el poeta entendió muy bien, alejándose del deseo pasteurizado de la tradición petrarquista y “gozosamente dejando que el cuerpo colisionara con el alma”. En Donne coinciden un humano demasiado humano, carnal, y un místico que le hablaba a Dios al oído. La combinación es poderosa y verosímil, pues propone que todo comienza en nosotros: “Sé tú tu propio palacio / o el mundo será tu cárcel”. El ser humano, para Donne el predicador, era un desastre, pero un “desastre espectacular”. Escribió: “Es muy poco llamar al hombre un pequeño mundo; no somos diminutivos de nada salvo de Dios, tenemos más piezas y partes que el mundo”. De esa centralidad del ser humano y sus pasiones, de esa fe en la piel, nació la poesía amorosa y erótica de Donne, hoy consagrada junto a Shakespeare como una cumbre del idioma inglés (contemporánea de Santa Teresa y cercana a Quevedo). Y con la misma pasión buscó a Dios, armado de una extraordinaria elocuencia y de la alta temperatura de los raptos místicos.

Hay poemas suyos que seguimos leyendo como si los hubiera escrito ayer y no hace cuatrocientos años, como “El éxtasis”, en el que primero hablan las almas y luego hablan los cuerpos; o “La salida del sol”, en el que está dispuesto a luchar, por amor, contra el sol mismo; o el fascinante “La pulga”, en el que arguye que, si tanto su sangre como la de su amante ya están mezcladas en el cuerpo de una pulga que los ha picado, entonces deberían ellos también mezclar sus cuerpos y hacer el amor… Cuando la amante quiere matar a la pulga, el elocuente y lenguaraz poeta le pide que no lo haga, que salve al insecto “en el que tú y yo casi nos casamos”. Esa potente imaginación, que brinca de una pulga a Dios a través del amor carnal, es Donne en estado puro, y por eso hoy nos sigue gustando tanto.