Leonardo Núñez González

Rusia: el asesinato como método de gobierno

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Si la política es la guerra continuada a través de otros medios, el fracaso de la política crea arreglos en que la aniquilación del otro regresa a ser la amenaza y el elemento principal para el ejercicio del poder, pues no existen métodos pacíficos para acceder ni incidir en la toma de decisiones.

La muerte de Yevgeni Prigozhin es una muestra más de cómo la autocracia rusa requiere del asesinato como forma de gobierno, pues ninguno de los elementos republicanos de su entramado institucional existe más allá del papel.

El miércoles 23 de agosto, el jet comercial con placas RA-02795, que era propiedad del Grupo Wagner y que transportaba a la primera plana de este grupo de mercenarios que solía estar al servicio de Putin, se terminó estrellando en un viaje de Moscú a San Petersburgo. Así, justo 2 meses después de que Prigozhin liderara la amenaza más importante al régimen de Putin con el motín y marcha de sus mercenarios hacia la capital rusa, el régimen terminó cobrando su venganza y enviando un fuerte mensaje de que el gobierno de Putin no perdona la disidencia y que nadie está seguro.

Esto es particularmente importante si consideramos que la mayor parte de los oligarcas rusos y altos mandos militares que pudiesen estar en desacuerdo con Putin usan como método de transporte común los jets comerciales privados. La caída impune del vuelo de Prigozhin ayuda a la estrategia rusa de aprovechar las muertes como una oportunidad para sembrar el terror entre sus enemigos.

Y es que el gobierno de Putin ha hecho todo lo posible para que las acciones contra sus enemigos provoquen la mayor cantidad de miedo posible, generando la idea de que en ningún lugar se puede estar a salvo si se está en la mira del régimen. Por ejemplo, el exespía ruso Alexander Litvinenko fue envenenado en la cafetería de un hotel de Londres con polonio radiactivo, el político opositor Boris Nemtsov fue asesinado a tiros a unos pasos de la Plaza Roja a plena luz del día o la periodista y activista Anna Politkovskaya que fue ejecutada en su propio domicilio. Contadas son las ocasiones en que el deseo de exterminio no es saciado, como sucedió con el opositor Alexei Navalny cuyo envenenamiento a través de su ropa interior y una serie de eventos afortunados le permitió ser atendido de emergencia en Alemania y salvarse, pero a su regreso el régimen lo aprisionó y lo sentenció a 19 años en la cárcel.

Los terribles resultados del régimen ruso en la invasión a Ucrania, que pensaba que podrían ganar en cuestión de días, han hecho que Putin tenga que incrementar el ya de por sí intenso control de su sociedad, pues no puede aceptarse la disidencia ni en el círculo más cercano de Putin, ni entre los ciudadanos de a pie. Por ello, el régimen se ha lanzado a perseguir con ferocidad lo mismo a youtubers, blogueros, manifestantes, periodistas, académicos, políticos o militares que lo critiquen. El modelo autoritario, que tanto seduce y avanza de nueva cuenta en nuestro siglo, ve en Rusia a uno de sus mayores exponentes; recordemos que en el silencio cómplice o el aplauso a sus acciones, hay una admiración por sus métodos.