La ética es un asunto electivo: Aristóteles y nosotros

COLUMNA INVITADA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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¿Por qué ocurren las cosas? ¿Cuáles son sus principios? Estas preguntas son anteriores a la pregunta por la causa. De algún modo, podemos decir que la pregunta por la causa se inscribe en el problema más general de los principios. Según Aristóteles, ellos son tres: materia, forma y privación. Se trata de distintos principios que originan las cosas. En este marco, la naturaleza y la técnica humana son principios originarios, ya sea por vía de la generación o de la producción.

Las cosas se originan, entonces, por naturaleza o por técnica. Podríamos decir que todas las cosas surgen de un principio y, según sea este intrínseco o extrínseco, se tratará de una generación natural de cosas o una creación artificial de ellas. Estos modos de proveniencia determinan dos tipos contrapuestos y excluyentes de cosas, ya que la técnica solo produce artefactos, cosas que una vez producidas carecen de actividad natural.

Para Aristóteles, el movimiento es un cambio de la potencia al acto, un cambio que emerge de la dinámica de una sustancia compuesta de materia y forma, lo cual supone siempre una dualidad: lo que mueve y lo que es movido. En efecto, es un teorema fundamental de la física aristotélica que “todo lo que está en movimiento es movido por algo”, pudiendo ser ese agente externo o interno. Este mismo argumento es el que llevado a sus últimas consecuencias, le permite a Aristóteles plantear su tesis del primer motor inmóvil. Así, “principio”, como capacidad o potencia motriz, puede ser tanto una potencia activa como una potencia pasiva, y como tal solo puede ser efectiva si algo actual la hace estar siendo actual.

Esta realidad de lo actual nos lleva al siguiente razonamiento: la forma es más naturaleza que la materia, porque decimos que una cosa es lo que es cuando existe actualmente más que cuando existe en potencia. Pero ¿qué es más natural entonces, la materia o la forma? Dado que solo lo que existe actualmente es materia afectada por una forma, la forma entonces es lo que nos permite concluir la existencia de lo natural, por lo tanto, ella es más natural que la materia.

En la forma “cama”, por ejemplo, existente en la idea de quien la construyó no solo es lo más importante en cuanto al modo de ser de la naturaleza, sino también su finalidad como realidad consumada. La madera, natural, puede participar del objeto cama, artefacto, y es tan accidental decir de esa cama que es de madera, como lo es de un hombre decir que es médico. Esa cama bien podría ser de otra materia, sin embargo, accidentalmente es de madera; del mismo modo que el hombre que es médico podría tener cualquier otra profesión. Nótese que esto contradice el sentido común, que podría venir a decirnos que esa madera, natural, es cama solo artificialmente, ya que podría ser cualquier otra cosa. Sin embargo, el accidente queda ubicado del lado de la madera (materia) y no de la cama (forma).

Las causas azarosas

De acuerdo a lo dicho, las cosas ocurren bien por técnica o bien debido a causas naturales en las que la voluntad del hombre no participa. Teniendo en cuenta que las cosas suceden de este modo, Aristóteles plantea que la fortuna -buena o mala- ocurre como una privación de la técnica. En cuanto a las casualidades referidas a las cosas del mundo, ellas suceden como alteración de los principios naturales.

Para diferenciar fortuna o infortunio relativo a las cuestiones humanas de casualidades inherentes a la naturaleza -lluvias, temblores o tsunamis-, Aristóteles recurre a un ejemplo muy conocido. Se trata del acreedor que va a la plaza cuando su deudor se encuentra allí recibiendo un dinero, y aunque aquel no haya ido con el propósito de cobrar lo que se le adeuda, por accidente, azarosamente, puede recuperar su dinero al llegar a ese lugar. Lo que queda especialmente señalado, al indicar “por accidente”, es lo innecesario de aquel evento. Fortuitamente, entonces, el acreedor se hace con su dinero, sin haberlo previsto. Y este dato es importante ya que si hubiera previsto que aquello ocurriría, entonces no se trataría de una causa accidental.

Este tipo de causa accidental, por fortuna, por azar, se distingue de lo casual, de lo automático, porque responde a eventos accidentales que se dan inesperadamente; y no sólo eso, sino que además son objeto de elección. En este punto es asombrosa la sutileza aristotélica respecto de la formalidad de la naturaleza al priorizar la forma sobre la materia. Probablemente sea incomprensible la argumentación si no se lee el ejemplo teniendo en cuenta los siguientes matices: un hombre se dirige a un lugar, ¿en calidad de qué?, ¿de turista, de comprador, de mero caminante?, no lo sabemos. Sí sabemos que no lo hace en calidad de acreedor, ya que si lo hiciera no sería fortuito el encuentro con su deudor. Entonces, una vez en la plaza, cuando este hombre se encuentra con otro que a la sazón es su deudor, adviene sorpresivamente allí el encuentro del acreedor con la acción específica que puede saciarlo como tal: cobrar su deuda.

Más allá de las posibles lecturas del ejemplo sobre lo fortuito, queda claro que esta causa accidental devenida tal retroactivamente, es objeto de elección. La forma acreedor / deudor de un lazo social sobrevenida azarosa y sorpresivamente afortunada al menos para uno de los hombres que participaron del encuentro, no es de ningún modo necesaria. No solo no es necesario que se hayan encontrado esos dos hombres y no otros, en ese lugar y no en otro, a esa hora y no en otra, sino que tampoco –y esta es la clave de la elección en juego– es necesario en modo alguno que en ese encuentro de dos, además, ellos elijan reconocerse como acreedor y deudor y obren en consecuencia: esto es electivo. Dicho de otro modo, en tanto no nos reducimos a ser solo a entes naturales, la ética de cada quien determina quiénes somos en el contexto de la vida social.

Tal vez deudor y acreedor sea un tipo de vínculo no muy simpático. Por eso les propongo pensar otras alternativas: amantes, amigos, marido y mujer, novia y novio, etc. Más o menos afortunados, los encuentros y desencuentros entre personas dependen de las preferencias -es decir de la elección- de las y los implicados en el asunto. Eso y decir que las casualidades no existen en el nivel específicamente humano es lo mismo. La ética siempre implica una elección en acto. 

* Martín Alomo es Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Psicología Clínica. Docente del Doctorado en Psicología y de la Maestría en Psicoanálisis (UBA). Codirector de la Maestría en Psicopatología (UCES). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).