Mauricio Leyva

Algunas nubes

FRONTERA DE PALABRAS

Mauricio Leyva*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mauricio Leyva
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Algunas nubes es el título de una de las mejores novelas policiacas escritas por el mexicano Paco Ignacio Taibo II en la que, el ingeniero y detective Héctor Belascoarán Shayne, se enfrenta a un caso estimulante en el cual: tres muertos, un hombre en el manicomio y una hermosa pelirroja moribunda en el hospital son, de entrada, el escalofriante marco de una historia de mafia y de poder.

Estructurado en trece capítulos, a cada uno de éstos le precede una frase que entraña un detalle o una pista de trascendencia para la obra como con la que inicia el primer apartado: Si te conozco bien, que te presiento. Situado en una playa de Sinaloa en donde el mítico detective “estaba sentado en una silla, bajo la última solitaria palmera, bebiendo una cerveza y limpiando de arena un montón de conchitas”; Belascoarán recibe la visita de su hermana Elisa, quien luego de algunos días decide revelarle el motivo de su estancia. Éste no es otro más que el peligroso y atractivo caso de Ana, una vieja amiga de Elisa a quien le asesinaron a su esposo luego de que balearan a su hermano y muriera su suegro de la impresión, quedando en estado de shock su cuñado, el menor que se encontraba cuando estos hechos ocurrieron.

Con huellas de dolor originales y personajes bien estructurados Paco Ignacio Taibo II comienza a desplegar su alto vuelo narrativo en una trama que se tensa como un arco de flecha. En ella se entreverán La Rata, cabecilla de la mafia con el que Belascoarán comparte un pasado en común; del mismo modo converge la policía corrupta a través del personaje del comandante Saavedra, espejo fiel de la corrupción del México de los setenta y por qué no decirlo, también el de hoy.

El enriquecimiento ilícito por medio del lavado de dinero es otro de los ingredientes que ensalzan esta historia, al igual que sus imágenes, las cuales resultan contrastantemente hermosas como cuando Ana, internada en el hospital, recibe la visita de dos veteranos peleadores de lucha libre, El Ángel y El Horrores: “¿Qué te parecen tus nanas? Le preguntó a la muchacha hundida en la cama mientras abría la puerta para que El Ángel y El Horrores entraran al cuarto. Estaban un poco cascadados, las cicatrices en el rostro hacían obvio que los dos luchadores habían tenido mejores tiempos, incluso su paso torpe, la dejadez de sus movimientos, hablaban claramente de que no había ring que los aceptara. Pero aun así, los rostros duros, los cuerpos que imponían por la mole, los músculos que se mostraban a través de las chamarras, las manos descomunales”. Ambos vigilantes son amigos de Belascoarán y quedan al cuidado de Ana mientras él sale a las calles a investigar. En su peligroso periplo, el detective tuerto encuentra pistas de difícil interpretación en una de sus múltiples vueltas de tuerca, el investigador Belascoarán sostiene un encuentro con el escritor Paco Ignacio Taibo II, quien resulta ser, también, un personaje en la misma historia. Unidos el detective y el escritor completan el círculo de los personajes que han de vivir y morir en esta novela de algunas nubes, de pocas páginas, de profundas aguas y de vasto misterio.

Juntos enfrentan a sicarios y en una última maniobra el escritor cambia el rumbo de sí mismo y uno percibe a la Ciudad de México de otra manera, como un personaje vivo por cuyas entrañas suelen deambular historias, escritores, quijotescos luchadores y doncellas pelirrojas que visten minifaldas y cantan como reinas.