La grandeza de Almudena Grandes

LAS LECTURAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En noviembre del año pasado murió mi escritora favorita, la española Almudena Grandes. Su muerte me dejó el gran vacío de saber que nunca más tendría entre mis manos una historia nueva de su autoría. Sin embargo, me di cuenta que la escritura también es una forma de trascender, de volverse eterno, de poder comunicarse aún después de la muerte.

Cada uno de sus relatos son un pedacito de ella. Cada personaje que pudo crear vive en el universo paralelo de la imaginación, así que me consolé pensando que Almudena viviría por siempre a través de cada palabra y cada idea plasmada en papel.

Conocí la obra de Almudena con el que considero su mejor libro, El corazón helado, una historia que con sus más de mil 200 páginas le da vida al dolor de la guerra civil española

—donde cualquiera de las dos Españas te helará el corazón—. Una historia de amor, de venganza, de voces que fueron silenciadas. Una historia que retrata el dolor del exilio, el vacío después de perderlo todo; pero también habla de los que se quedaron, y más tarde de los que “volvieron” a una España que había dejado atrás cuatro décadas de franquismo.

Por medio de su pluma conocí Los episodios de una guerra interminable, una colección de historias de la guerra y el franquismo, cuyos personajes se reciclan entre una historia y otra, para mostrarnos que el conflicto armado no terminó en 1939. Las injusticias y rencores entre ambos bandos permanecieron silenciados, pero con la maestría de su pluma, cobraban una voz, la voz de la denuncia.

Almudena poseía aquello que todos los autores buscan alcanzar, un estilo propio: una forma de narrar que nadie más posee. Una manera magistral de contar una historia, de escoger cada palabra, de encontrar el narrador adecuado y acompañar con frases determinantes a cada uno de ellos. Utilizaba el lenguaje para deleitar los sentidos, podíamos oler, tocar, sentir; provocaba una empatía con la historia que pocos autores logran.

Su estilo era muy descriptivo. Las palabras te transportaban al espacio y al ambiente de la época. El lector sufría y se alegraba con el destino de sus personajes. Sólo una pluma como la de Almudena era capaz de llevarte al pasado y al presente en una misma página, alternando historias secundarias que cobraban importancia a la par de la historia principal. Ningún personaje era pequeño, todos encontraban un lugar.

Almudena también me llevó a viajar por la literatura erótica. Castillos de cartón es una novela corta que habla del amor entre tres, con una prosa que nos aventura entre el amor y el arte, que a veces necesita de tres almas para poder completarse.

Malena es nombre de tango o Los aires difíciles, narran historias de familias, tan comunes y complejas como lo son todas. Atlas de la geografía humana refleja la camaradería que se da entre mujeres. Besos en el pan es la voz de la crisis económica en la España moderna. También escribió cuentos, “Modelos de mujer” o “Estaciones de paso”, cuyos personajes se debaten entre la disyuntiva de crecer y encontrar un lugar

en el mundo.

No importa cual libro de ella podamos leer, Almudena se refería a sí misma como una “narradora de historias”, y así la recordaré siempre, como la mujer que me llevó de la mano por las calles de España, por su historia, por su complejidad y alma, por esos sentimientos que son atemporales y universales, sin importar la nacionalidad o la edad, y por eso siempre la recordaré como la más grande entre las grandes.