Mónica Argamasilla

El placer de la lectura

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Las palabras constituyen el medio por el que nos expresamos. Las palabras son el vehículo ideal para manifestar sentimientos, ideas, miedos y nuestras necesidades en general, y son además el medio ideal para crear vínculos con otros seres humanos, y es con ese objetivo, que existe la literatura.

El valor de la palabra escrita tiene un espectro más amplio que el verbal. Con ellas se puede llegar a otras mentes, otras latitudes e incluso a otras épocas.

Un libro le pertenece al autor mientras lo escribe, mientras plasma en papel lo que algún día habitó en su mente; sin embargo, el proceso no se completa hasta que el lector le da una nueva vida. La mitad del libro la pone el autor, y la otra mitad el lector al hacerlo suyo, al interpretarlo. Dicen que nunca se lee el mismo libro dos veces. La lectura es el choque entre dos mundos, la visión del autor —en cierto momento de su vida— y la visión del lector, que atiende a su propia ideología. Ahí es donde se cierra el ciclo

de la lectura.

La lectura constituye un viaje, un vistazo al interior de otras mentes, otras épocas e ideologías. Al ser, uno viaja con un guía de turistas local, es decir, un narrador que por medio de los personajes y ambientes, nos muestra de primera mano ese mundo al que sólo se accede por medio de la imaginación, y son tan amplias las oportunidades que se abren que el cerebro se expande.

En un mundo tan visual que nos ha tocado vivir se ha perdido la capacidad de imaginar. Nos sentimos cómodos viendo películas, series o fotografías en redes sociales. Pero nuestro cerebro necesita ejercitarse creando imágenes a partir de las palabras. Ponerle rostro al personaje, color a un espacio o simplemente sentir con la descripción de un sentimiento. Entonces nos convertimos en directores de nuestra propia película.

Leer además nos vuelve inteligentes, nos amplía el vocabulario y nuestra forma de expresarnos. Añade cultura a nuestra mente y, por ende, nos convierte en seres más empáticos, capaces de sufrir y gozar con los personajes, que en ocasiones se convierten en amigos tan especiales que nos cuesta trabajo dejar ir. Cuando se termina un libro ocurre un fenómeno que yo llamo “resaca literaria”. Tenemos que recuperarnos y asimilar todo aquello que se cimbró en nuestro interior mientras leíamos. Dicen que los libros deben transformarnos, crear emociones, sacarnos de nuestra zona de confort.

Los griegos decían que el arte debía causar una catarsis, es decir, una transformación en aquel que está frente a una obra de arte —llámese pintura, escultura, música o literatura—. A veces esa transformación llega por medio de enojo, angustia o miedo, a veces en placer, conocimiento o satisfacción, pero al final, aquella sensación que nos produce nos vuelve más humanos, y eso nos recuerda la importancia de sentirnos vivos. Por eso, no importa cuál sea nuestra motivación para leer —diversión, curiosidad o cultura—, los beneficios siempre se verán reflejados en nuestro pensamiento, y ésa recuerden, es nuestra principal carta de presentación.