Pedro Sánchez Rodríguez

Apuesta por el 2024

CARTAS POLÍTICAS

Pedro Sánchez Rodríguez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Si tuviera que apostar por el partido ganador de la elección de 2024, sería por Morena. No por una afinidad al oficialismo, sino por el derrumbe electoral y moral de los partidos tradicionales; el avance acelerado del morenismo y, por supuesto, las encuestas que le dan diez puntos de ventaja a la coalición de Morena  frente a la alianza de oposición.

La idea de apostar y estar en la política electoral es ganar. Si es Morena, ¿cuál es el premio? Por el momento existen tres opciones: el Canciller Marcelo Ebrard; la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum y, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. 

La estrategia de Marcelo Ebrard le ha redituado con el control de una parte del gabinete y del partido, empezando por la presidencia de Mario Delgado, un jugador clave para la selección del candidato final. Un punto a favor del Canciller es que es el único de los tres suspirantes que ha continuado con el proyecto de AMLO, como ocurrió en el otrora Distrito Federal. Un punto en contra es que existe la expectativa de que Ebrard respete los programas sociales y obras del Presidente, pero reincorpore a los privados a actividades estratégicas del Estado. Este detalle puede no convencer del todo a las bases del partido, trabajo al que sí ha dedicado tiempo Claudia Sheinbaum, aunque con la limitación geopolítica de la Ciudad de México. 

El principal opositor de Sheinbaum está en el Secretario Adán Augusto López que ha aumentado su popularidad. Ambos son vistos como los perfiles más afines para continuar con el proyecto del obradorismo. Sin embargo, por su edad, estilo y la confianza pública que le ha mostrado el presidente, parece que el preferido por este para competir por la Presidencia sería el Secretario de Gobernación. 

Como en toda apuesta, hay un riesgo. La incertidumbre sobre el resultado final, tan apreciada en la democracia, distingue nuestros tiempos de los del dedazo del priismo y hace que mi apuesta no sea mucho mayor al de un cachito de lotería. 

Para aumentar sus probabilidades de victoria la oposición debe actuar de forma decidida. El obradorismo y sus seguidores se han apoderado de mensajes que les servían a los partidos tradicionales para distinguirse. Se adueñaron del cambio de Fox en el 2000, de la agenda cristiana y conservadora del PAN, de la izquierda del PRD. Lo que le queda al viejo tripartidismo son dos opciones: no ser Morena o radicalizarse a la derecha populista. 

El problema de jugar a no ser Morena es que hay una parte del electorado que no se olvida que en la Alianza sigue estando el PRI de la corrupción y el PAN de la guerra contra el narco. Aquí es donde vale la pena cuestionarse sobre si los partidos tradicionales han aprovechado su tiempo en la banca para limpiarse la cara con agua o si no han hecho más que batirse en más lodo. 

En fin, la mezcla de militancias y simpatizantes del tripartidismo les ha redituado con la preferencia de cerca de 40% del electorado, que no es cosa menor. Sin embargo, hay una merma que hace que, por ahora, “el tiro” sea entre el peso completo del oficialismo y el ligero del PRIANRD. 

La otra opción es radicalizarse hacia la derecha populista. Pronunciarse en contra de la agenda progresista que se ha promovido por la SCJN y los congresos locales en temas como la legalización del aborto, la agenda LGBTTTIQ+, la restauración de la pena de muerte, la migración sud y centroamericana o el consumo de cannabis. 

Es una estrategia arriesgada que ha sido llevada parcialmente por candidatos como Mikel Arriola en la elección de 2018 en la Ciudad de México, por congresistas como Gabriel Quadri y, recientemente promovida, por el presidente del PRI, Alejandro Moreno, específicamente con respecto a la portación de armas de fuego. Si bien impulsar esta estrategia sería un retroceso monumental y lamentable en la construcción de una agenda progresista, pro-derechos e inclusión, es una realidad que existe un sector de la población que no está de acuerdo con esta agenda y que actualmente no es abiertamente representada.