El Camachista (VI)

CARTAS POLÍTICAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Marcelo Ebrard se rehizo y regresó a la política como secretario de Estado. Después de resistir al PRI de Peña Nieto, al PRD de Mancera y a los Chuchos, a la burocracia fiscal y penal y al exilio, López Obrador lo nombró canciller. Contrario a su maestro, Manuel Camacho, que tomó la Secretaría de Relaciones Exteriores para hacerse al costado de la política interna y electoral de 1994, Ebrard fortaleció su prestigio político.

Ebrard asumió el desafío de liderar la política exterior mexicana durante la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Logró con éxito la negociación de las reglas de origen del T-MEC y resolvió la amenaza de aranceles a las exportaciones mexicanas, aunque esta solución conllevó al endurecimiento de las políticas migratorias de México.

Esta medida resultó en la presencia de la Guardia Nacional en la frontera sur y en que los solicitantes de asilo en Estados Unidos tuvieran que esperar en México durante la resolución del proceso. Con esta decisión, aún con la exportación de programas sociales mexicanos a Centroamérica, el gobierno de López Obrador y el canciller priorizaron la estabilidad económica del país sobre el resolver la crisis migratoria.

Por otro lado, la Secretaría de Relaciones Exteriores de Ebrard aseguró la adquisición de vacunas contra el Covid-19 y logró que hospitales privados colaboraran con las instituciones de salud públicas para ampliar la capacidad hospitalaria, aunque no fue un esfuerzo solitario. Además, operó los ofrecimientos de asilo de México a Evo Morales y a la familia del presidente Pedro Castillo en medio de las crisis políticas en Bolivia y Perú, respectivamente.

Como hito destacado, la Cancillería emprendió una demanda contra fabricantes de armas en Estados Unidos por su participación en el tráfico ilegal hacia México, buscando una indemnización millonaria y llevando el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

El 6 de junio de 2023, rodeado de senadores, diputados, alcaldes y exfuncionarios de la SRE, Marcelo Ebrard anunció su renuncia a la Cancillería y su aspiración de convertirse en candidato de Morena y, eventualmente, Presidente de México. Este evento, junto con una cena previa entre las corcholatas y López Obrador, inició formalmente los movimientos de cara a la carrera presidencial.

En las últimas entregas de estas Cartas Políticas hemos explorado exhaustivamente la trayectoria de Marcelo Ebrard y cómo la sombra de Camacho, su maestro, se cierne sobre él, como un ángel que acompaña su camino. Ebrard está en el punto de no retorno, en el lugar donde su propia figura amenaza con eclipsar a la de su mentor y en el cual el proyecto político que ha trascendido a costa de sudor, derrotas y esperanza puede encontrar su clímax y su resolución anhelada.

El Camachismo es un grupo y un proyecto político, para unos una actitud y para otros un insulto. Sus virtudes son pecados, aplaudibles y reprochables. Camacho y su grupo son recordados como vehementes impulsores de la transformación del PRI y de su derrota, cultivadores de la negociación como virtud política, políticos camaleónicos que mutan de color para garantizar su permanencia, técnicos de la ambigüedad y veteranos de la esperanza.

Pero el Camachismo también es una escuela de administración pública en la que el liberalismo social, los derechos de tercera y cuarta generación, la igualdad y la movilidad social, el pragmatismo y la concertación, la gobernanza y el prestigio político se han desarrollado hasta formar parte de la agenda de Marcelo Ebrard y su oferta para la Presidencia de la República.

Estos principios son los que lo distinguen de otras propuestas de izquierda en las cuales la oferta es conservar las formas, los usos y las costumbres, las liturgias de la transformación moral, política y administrativa de López Obrador. Pero también son los que lo alejan de las bases de Morena, que ven en Ebrard, así como en 2012, a un centrista y no a un revolucionario, a un creyente, pero no a un apóstol, a un carnal, pero no a un hermano.

Así, en este delicado equilibrio de lealtades y visiones divergentes, parece que Ebrard ha decidido ser fiel a sus principios y ponerlos prestos por Morena, aunque en su devenir ronda el paso que Camacho no quiso dar, el de defenderlas desde otra plataforma política. Esta dualidad es el costo y el beneficio de ser congruente con su proyecto y no sólo a un partido. Para Ebrard, éstos no son tiempos de sobrevivir sino de vencer, no de negociar sino de empujar, no de tragar saliva sino de escupir. Éste es más que nunca su momento de ser Marcelo y no Camacho. ¿Lo logrará?

Serenidad y paciencia, los tiempos del Señor son perfectos… Continuará…