Pedro Sánchez Rodríguez

Corromper al neoliberalismo

FRENTE AL VÉRTIGO

Pedro Sánchez Rodríguez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Esta semana el Presidente reivindicó al neoliberalismo: sin corrupción, no es del todo malo. El problema es que las últimas decisiones de esta administración, que sigue soportando su accionar en un diseño neoliberal, tienden a corromper más que a corregir las posibles distorsiones de ese modelo.

El liberalismo clásico, como proyecto viable, se extinguió cuando sus consecuencias hicieron necesaria la entrada del Estado para mejorar las condiciones laborales a finales del s. XIX y para incrementar el gasto público para hacer frente a la Gran Depresión. Hoy, es imposible pensar en el mercado sin su creación, protección y restricción por el Estado. Eso es el neoliberalismo.

No fue hasta los setenta, cuando el Estado Benefactor fracasó en revertir la inflación con su intervención, y que el Estado se replegó y asumió un nuevo rol: crear las reglas del juego para que la producción de bienes, la explotación de recursos y la prestación de servicios estuviesen a cargo de empresas privadas, salvo en los casos en que el Estado reserve estas funciones para su propio dominio.

El Estado Regulador, vino acompañado de dos factores: primero, el crecimiento del sector privado le permite influir y presionar de manera unilateral y efectiva a gobiernos legitimados democráticamente y, segundo, el propio crecimiento del mercado ha creado una sociedad de consumo que demanda protección y derechos y, también sectores que no tienen acceso a bienes, servicios y utilidades, que supuestamente debería de distribuir el mercado, por lo que exigen, a su forma, lo mismo.

La solución que se ha encontrado para revertir lo anterior es la interrelación de la pluralidad del Gobierno, sociedad civil y mercado (gobernanza), y la creación de órganos reguladores y constitucionales autónomos e independientes, encargados de crear reglas y/o monitorearlas. De esta forma, los gobiernos se desprenden de la responsabilidad de tomar decisiones y atender presiones que les son políticamente costosas y poco redituables; los mercados tienen agencias tecnificadas que los vuelven competitivos y justos, y la sociedad civil cuenta con instituciones independientes para señalar a quienes violan derechos.

Sin embargo, tanto el poder Ejecutivo como parte del Legislativo, ante la pasividad del Judicial, han hecho todo lo contrario: han centralizado funciones del Gobierno lo que ha producido, por ejemplo, una crisis en el sector salud; reservado actividades y funciones o beneficiado a empresas productivas que son a todas luces ineficientes para su aprovechamiento o prestación; han bloqueado el nombramiento de integrantes del Inai, del IFT, la Cofece y la CRE, y han “capturado” la CNDH y ahogado al INE presupuestal y políticamente.

Los resultados del neoliberalismo son polémicos en México y el mundo, pero con estas decisiones su fracaso es inminente. No es el neoliberalismo el que se corrompe, sino el Estado. Sin instituciones que transparenten las tomas de decisiones, que recojan, ordenen y aprovechen las opiniones e intereses del sector empresarial, político y social, lo que queda son intereses y demandas… y clientelismo, depredación, injusticia y corrupción.