Pedro Sánchez Rodríguez

Demoncracia

FRENTE AL VÉRTIGO

Pedro Sánchez Rodríguez
Pedro Sánchez Rodríguez
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La contienda electoral en Estados Unidos mostró que la democracia es la batalla más civilizada jamás diseñada y que aún así es violenta y explosiva. Esta vez no sólo cayeron cuerpos de papel manchados de crayón, muchos no salieron con un simple moretón de tinta en el pulgar. La toma del Capitolio, un acontecimiento que no se olvidará en décadas, es un claro ejemplo de que Estados Unidos se lame sus propias heridas con la lengua sangrada.

Se fue Trump. Finalmente, después de meses de tensión, Biden llega al poder. Se inaugura con esto un nuevo gobierno demócrata asentado en la corrección política de Obama. Ganó el establishment. Aplastado por los dueños de las redes sociales, por las declaraciones del mundo libre, por su propio ejército y la opinión pública. Trump, el millonario, voló a Florida en helicóptero a jugar golf como un pobre diablo.

En su primer día de gobierno, el presidente Biden firmó 17 decretos. Muchos están orientados a frenar o revertir las decisiones de Trump: canceló el financiamiento para el muro fronterizo con México, inició la reincorporación de Estados Unidos al acuerdo climático de París, detuvo la salida de la Organización Mundial de la Salud, revirtió las restricciones de entrada para 7 países con mayoría musulmana. Estados Unidos vuelve a ser Estados Unidos.

La democracia persiste, pero los demonios siguen ahí, rondando, pensando, luchando. Es real, existen, y cancelar cuentas de Twitter y censurar posts de Facebook no los enfrenta, pero sí los ignora. Están prohibidos y cancelados, pero ahí están, en realidad se permiten. Algunos tienen cuernos y toman congresos, pero también son padres, hijos, vecinos, maestros, artistas, militares, congresistas, jueces y hasta presidentes. Y persisten, porque no nacen de Instagram, Tik Tok o Pinterest, sino de parto natural o cesárea.

Lo que vimos no es la cara que les gusta mostrar, pero no quiere decir que no exista. Pueden cubrirse el rostro con cubrebocas para que no se vean los colmillos, pero de sus ojos se escurren 74 millones de votos, 7 millones menos que los que obtuvo Biden. Si hablamos de corrección política es porque existe lo contrario. Si lo incorrecto se censura, se oculta y se aísla fuera de las ciudades, en el valle de los leprosos, el que salga de ahí no es un enfermo, es un valiente.

Ya lo vimos. Entre la inmensa soberbia liberal que encumbró el gobierno de Obama, no hubo un solo argumento que derrumbara la incorrección de Trump en 2016. Si el discurso racial, de odio, de segregación, no se enfrenta continuamente, deja poco espacio para la creatividad. Se fue Trump, pero el demonio sigue ahí. Oculto en un armario de la Casa Blanca, rascándose frenético las costras de los últimos 4 años, ansioso por cruzar la puerta, en cuanto las cosas vuelvan a ser como siempre.