Pedro Sánchez Rodríguez

El héroe de Occidente

FRENTE AL VÉRTIGO

Pedro Sánchez Rodríguez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La historia de Occidente está repleta de héroes. La política y la literatura han dejado toneladas de bronce y kilómetros de tinta con la memoria de los héroes que nos dieron patria, igualdad, libertad y dignidad. Con el tiempo, los personajes que dirigen la política han perdido gravedad y drama. La figura del héroe es, por supuesto, política, pero sobre todo es teatro.

En el siglo VIII el héroe no era una figura social ideal como lo era en las épocas clásicas y medievales, sino todo lo contrario. El héroe, el ser más perfecto, era antisocial, porque se consideraba superior y aristocrático. Tenía dentro de sí una fuerza natural violenta, imparable e incontenible que lo distinguía de los demás y se revelaba contra los valores sociales (Carlos II). En el siglo XIX, el héroe no luchaba contra sus demonios, sino que su estatura, su fama, su reconocimiento germinaba en el campo de la cotidianeidad, la igualdad y la mediocridad: arrastrarse, codearse, pisarse hasta obtener el poder y dominarlo todo (Napoleón).

No fue hasta la invención del automóvil que los héroes occidentales se bajaron del caballo (Enzensberger, 1989). Las últimas décadas del siglo XX trajeron un nuevo estilo de héroes: los de la retirada. Aquellos políticos que aún siendo miembros de los regímenes autoritarios del siglo XX, con sus acciones trajeron su derrocamiento. Adolfo Suárez, miembro del círculo íntimo del franquismo, desmanteló el régimen militar e impulsó una Constitución Democrática, luego de la muerte del general. Mijail Gorbachov desmanteló la Unión Soviética sin violencia y sin guerras. “Cualquier cretino es capaz de arrojar una bomba. Mil veces más difícil es desactivarla”.

La invasión rusa a Ucrania ha traído consigo el surgimiento de un nuevo héroe. El presidente Zelensky se ha erigido como nuevo súper hombre y ha sido elevado a proporciones épicas por periódicos como Le Figaro, el New York Times o The Guardian. Frente a la intensificación de los ataques rusos, el presidente ucraniano ha permanecido en el país, al frente de la resistencia. Su valentía ha sido vanagloriada, sus discursos han sido aplaudidos y llorados, mientras que la infraestructura, economía y población ucraniana continúa siendo devastada.

Ucrania se ha convertido, aunque sea de facto, en un miembro más de la OTAN, lo ha sido desde los últimos años (Mearsheimer, 2021). La resistencia ucraniana, financiada y entrenada en buena medida por Occidente, no ha hecho más que prolongar un conflicto que no se trata de la victoria de la democracia sobre el autoritarismo, sino de la importancia que tiene para Rusia la neutralidad de su vecino. Por eso, esta historia difícilmente terminará con la rendición de Putin y sí, muy probablemente, con la devastación del país más grande de Europa. Vale la pena preguntarse si lo que necesita Ucrania es un héroe del siglo XIX o uno del siglo XXI. Darle importancia a la vida no es cobardía.