Rafael Rojas

El conservadurismo de izquierda en América Latina

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Un manifestante es detenido durante una protesta contra el gobierno de Chile en Santiago, el 18 de diciembre pasado.
Un manifestante es detenido durante una protesta contra el gobierno de Chile en Santiago, el 18 de diciembre pasado.Foto: Reuters
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En una conversación entre Carlos Illades y Carlos Bravo Regidor, que publicaron la Revista de la Universidad y Rialta, se hacen algunas distinciones útiles sobre el nuevo mapa de las derechas en el mundo. A partir de un libro reciente de Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha (2019), Illades propone evitar las generalizaciones y abusos del término “populismo”, que comúnmente se aplica a experiencias de izquierda o derecha de muy diferente calado ideológico.

En las nuevas derechas europeas, más que de populismo, podría hablarse de neofascismo y postfascismo. Fenómenos como Vox en España, la Liga Norte y Matteo Salvini en Italia, los Le Pen en Francia, la AFD en Alemania o Amanecer Dorado en Grecia se mueven entre una y otra variante, ya que, en la mayoría de los casos, comparten alguna conexión con los fascismos históricos de entreguerras y han renovado sus proyectos en las condiciones de la post-Guerra Fría.

En América Latina es más difícil localizar esas genealogías por el poco peso que tuvieron los fascismos históricos del siglo XX. Sin embargo, en algunos países, como Brasil, las nuevas derechas cultivan una nostalgia bastante explícita por los regímenes militares anticomunistas de la Guerra Fría. Al igual que en Estados Unidos, donde el trumpismo comienza a articular la extrema derecha republicana, en América Latina son más tangibles los post-fascismos que los neofascismos.

Los nuevos conservadurismos latinoamericanos y caribeños también comparten con el trumpismo el avance de las corrientes evangélicas o específicamente pentecostales. Esa rama aporta algunos de los acentos misóginos, homofóbicos y racistas de las nuevas derechas latinoamericanas. Sin embargo, otros ingredientes del conservadurismo, como el nacionalismo o el nativismo y la xenofobia, tienen un origen más bien católico en la historia de la cultura latinoamericana.

En países como Chile, Perú y Colombia ha podido verse una gran capacidad de desplazamiento de las derechas neoliberales de fines del siglo XX a nuevas formas más aislacionistas que deben mucho a los nacionalismos anticomunistas de la Guerra Fría. No ha llegado ese desplazamiento al grado de ruptura con el libre comercio como el que ha promovido el trumpismo, pero tampoco debería subestimarse la persuasión antiliberal en diversos niveles de la política regional.

A veces se supone que todo el conservadurismo latinoamericano contemporáneo proviene de las derechas neoliberales o populistas. Eso es un error que el desempeño de algunos de los nuevos autoritarismos ubicados en las izquierdas geopoliticistas, como el venezolano, el nicaragüense o el cubano, niega a cada paso. También en países gobernados por izquierdas bolivarianas hay fuertes resistencias al avance de demandas progresistas como las de género, medio ambiente, antirracismo, despenalización de drogas, comunidades indígenas o colectivos LGTBIQ.

No se sostiene en evidencia alguna que, al inicio de la tercera década del siglo XXI, los únicos obstáculos al avance de derechos civiles de tercera y cuarta generación provengan de las derechas evangélicas, católicas o neoliberales. Hay un conservadurismo de izquierda en América Latina y el Caribe que no se puede ocultar toda vez que vemos en países gobernados por la autodenominada corriente “bolivariana” trabas flagrantes a derechos civiles como los de los afrodescendientes, las mujeres, los gays, los ambientalistas o los partidarios de la despenalización de las drogas.

¿No forma parte de esa agenda el nuevo conservadurismo latinoamericano y caribeño? O mejor, ¿no es el nuevo conservadurismo regional un fenómeno transversal que incluye tendencias neoliberales y neopopulistas, izquierdistas y derechistas, nacionalistas y globalistas? Tal vez convenga pensar el siglo XXI sin los binarismos que heredamos de la Guerra Fría.