Rafael Solano

¿Es sobre democracia o sobre liberalismo?

DE LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

Rafael Solano*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Rafael Solano
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

En su libro el liberalismo y sus desencantados, Francis Fukuyama, moldea el liberalismo clásico que afirma la primacía del individuo, es igualitario entre el ser humano, es universal, cree en el progreso, está vinculado al método científico, difiere del nacionalismo o de lo religioso, porque no limita derechos por raza, etnia, sexo, confesión, casta o grupo social. En este sentido, las sociedades liberales incorporan derechos en la reglamentación, en el derecho formal, por tanto, tienden a ser notablemente procedimentales. Ese derecho, se busca que tenga cierta autonomía del sistema política, de modo que no sea objeto de los políticos para saquen ventajas inmediatas.

Fukuyama da en el clavo, cuando nos recuerda que el liberalismo se ha incluido dentro del término democracia. Pero es diferente, la democracia está institucionalizada en elecciones, justas, periódicas y libres mediante voto universal. En cambio, el liberalismo se refiere al principio de legalidad, restricción de supra poderes de un ejecutivo. De tal manera que la democracia que conocemos en el mundo occidental, es esencialmente democracia liberal.

Entonces ¿qué es lo que está verdaderamente en riesgo con los populismos y los autoritarismos ascendentes? Muchos autores han establecido que la democracia está en un ocaso, resquebrajamiento, muerte, colapso, riesgo o recesión. Sin embargo, solo algunos profundizan o ajustan su definición y señalan, como Mounk, que lo que está en riesgo es la democracia occidental, que es a su vez, la democracia liberal, es decir, la democracia de los procedimientos, de las reglas y los derechos.

Esta simple distinción tiene todo un fondo, porque en sí mismo es un re encuadre político frente a las narrativas populistas que se han escondido bajo el manto de la democracia llana. Sus dos motores han sido la impaciencia a los largos procesos, y la insensibilidad de las élites y los “expertos”. Los populismos, han ofrecido una democracia “que sirva”, es decir, “simple”, sin esas instituciones creadas por “los expertos”, que escuche “la voz del pueblo”, delegando las decisiones a los líderes elegidos. Resulta ser que, en esta visión, “la democracia acaba de llegar”.

Por ejemplo, en la década de la Marea Rosa Latinoamericana, el apoyo popular a “la democracia” en el Latinobarómetro estuvo en sus niveles más altos (66% en 2010), impulsado (en mucho) por gobiernos populistas. En esos mismos años, la encuesta latinoamericana, registra la disminución de la percepción de que sólo se gobernaban para los poderosos. De hecho, en México, el apoyo popular a la democracia creció después de la llegada del gobierno populista y la percepción de que se gobierna sólo para los poderosos ha disminuido notablemente. ¿Hacia dónde nos lleva este análisis? A observar que, para una gran parte de los ciudadanos, esto es democracia, y para ellos, la democracia no está en riesgo, ni en un ocaso, ni en recesión, en cambio, la democracia “llega”, cuando el populismo arriba al poder.

Entonces esta impaciencia por resultados, este señalamiento de insensibilidad, nos llevan principalmente al escenario de la democracia sin derechos, es decir la democracia iliberal. Que es donde está germinando el populismo, donde el elegido democráticamente tiene potestad delegativa de la voluntad popular, de la soberanía del pueblo, sin esas “instituciones” de los poderosos, sin esos “procedimientos” que “tanto estorban y no dan resultados”. Esto implica un cambio de paradigma, porque implica comprender qué es democracia para unos y otros.

Si comprendemos esto, podremos observar que cuando las fuerzas demócrata liberales, dicen “la democracia está en riesgo” o “salvar la democracia” tienen poco eco. Porque para una gran parte de los ciudadanos, la democracia significa algo distinto que la democracia liberal. En realidad, el mensaje es interpretado por amplias capas sociales, como “mi democracia está en riesgo”, y para el populismo es muy fácil descalificarlo en una versión antagónica, “sus privilegios están en riesgo”, es más “al diablo sus instituciones”, si la democracia “acaba de llegar”. Esto nos sugiere que la dicotomía “Democracia vs Autoritarismo” y el discurso pro-democrático de los liberales, es un discurso operativa y electoralmente perdedor frente a las audiencias. ¿Por qué? porque para unos y para otros, los demócratas son ellos mismos y los autócratas son los de enfrente, entonces ante la opinión pública no hay claridad discursiva, puesto que cuando hablamos de democracia llanamente, en realidad hablamos de lo que se ajusta para cada quien, entonces no hay una línea definida.

¿Entonces todo está perdido? No, en absoluto. Hay otro eje, que los demócratas liberales, no están abordando de manera profunda y desde mi perspectiva, esto contribuye al empantanamiento populista: la lucha por las libertades y los derechos; es decir, la renovación del Liberalismo, después de que su versión extrema, el Neoliberalismo, volara por todos los aires con la Gran Recesión de 2008 (hace ya 15 años) y de que en otro extremo, las libertades fueran tomadas como autonomía personal egoísta a ultranza frente a la sociedad, es decir libertades sin responsabilidades.

Por curioso que parezca, tras años de discusión, la pandemia nos dejó un re encuadre sobre muchas prioridades del ser humano, que, de hecho, giran en torno a muchos principios del Liberalismo, como, por ejemplo, el papel del individuo en el mundo, los animales y medio ambiente que lo rodea, la discusión sobre el uso y goce de nuestro tiempo, sobre la igualdad y el acceso a pisos básicos dignos y condiciones de piso parejo para movernos hasta donde nos imaginemos; así como también sobre la solidaridad y el talento para atender males extraordinarios en tiempos extraordinarios.

El liberalismo, sigue aun en esa discusión, hoy no sabemos en qué acabará, sin embargo, está llamado a reagrupar su talento y a comprender que, para salvar la democracia liberal, antes hay que rescatar al liberalismo, incluso de sus propias versiones extremas, y discutir sobre él mucho más.