Valeria López Vela

¿Por qué mienten los gobernantes?

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Durante el fin de semana, el gobierno iraní filtró a la prensa que aboliría a la policía de la moral. Varios medios reconocidos difundieron la información; al hacerlo, despresurizaron la tensión internacional sobre los derechos humanos de las mujeres.

Dos días después, supimos que se trataba de una noticia falsa, una chapuza, un enredo, una pista falsa. Para decirlo con todas sus letras: una mentira.

Desafortunadamente, desde hace décadas, los políticos se han valido de verdades a medias y ambigüedades para edulcorar sus informes y ensalzar sus campañas. En los últimos años, los gobiernos populistas perdieron el decoro y mienten como respiran. Olvidan que en cada exhalación se oxida la maquinaria social y que, la violencia, tarde o temprano hará lo propio.

No puedo dejar de preguntarme ¿por qué mienten los políticos? La teoría de Gary Becker sobre la elección racional planteó el siguiente escenario; para cometer actos deshonestos los actores consideran tres elementos básicos:

1)  el beneficio que se puede llegar a obtener con el crimen;

2) la probabilidad de ser descubierto; y

3)  el supuesto castigo, en su caso.

Comparando los componentes uno y dos, el actor racional podría determinar si vale la pena cometer la falta específica.

De vuelta al caso de la policía de la moral, el test de Becker se queda corto pues el beneficio de filtrar la noticia falsa fue el criterio determinante, dado que al gobierno iraní le importa poco ser descubierto pues nadie puede castigarlo. Lo mismo podría decirse de otros gobiernos autoritarios.

Para explicar la conducta de mentirosos compulsivos, como Trump, tiene mayor poder explicativo el síndrome de “qué diablos”, desarrollado por Dan Ariely, que señala: “Cuando se trata de engañar, nos comportamos prácticamente igual que cuando seguimos una dieta. Tan pronto empezamos a incumplir nuestras pautas (por ejemplo, haciendo trampas en la dieta o por alicientes económicos), somos más susceptibles de renunciar a nuevos intentos de control de la conducta y en adelante hay grandes posibilidades de sucumbir a la tentación de volver a portarse mal”.

Esto es, una vez que los políticos dicen la primera mentira, más allá de la posibilidad de ser descubierto o el castigo, tenderán a continuar faltando a la verdad —aunque el beneficio sea poco; a veces, ninguno—. Además, Ariely descubrió que el engaño es infeccioso y aumenta cuando los mentirosos forman parte de nuestro grupo social, pues nos identificamos con él. Esto hace que pensemos que mentir es aceptable en nuestro entorno.

Así, los gobernantes mentirosos dañan dos veces: la primera, al engañar. La segunda, al normalizar el uso de falsedades en la sociedad a la que sirven.

¡Mal negocio es, pues, el elegir a presidentes corrosivos!