Valeria López Vela
Del optimismo irracional a la desesperanza radical
ACORDES INTERNACIONALES
He tenido la fortuna de ser profesora de ética y derechos humanos desde hace más de veinte años. El inicio de mi carrera docente coincidió con el del milenio; en aquellos años, veníamos de “los felices noventa”, la década que el Nobel de Economía Joseph Stiglitz describió como el inicio de la nueva economía, caracterizada por incrementos de la productividad e impulsados por el “progreso tecnológico”; esos años fueron los más prósperos para el mercado estadounidense, con el impacto correspondiente para nuestro país.
En los noventa, dimos por hecho el final de la Guerra Fría, el triunfo del liberalismo político, la asunción universal de los derechos humanos como criterio de conducción social —aunque quedaba pendiente el método de implementación—.
Pero, como adelantó también Stiglitz, el optimismo irracional de los noventa se convirtió en la “semilla de la destrucción” que nos ha traído a la desesperanza radical de estos días.
La guerra de los Balcanes fue una fuerte campanada que nos alertó que los derechos humanos no pueden darse por supuestos; así mismo la gran recesión económica de 2008 fue un punto de tensión global que visibilizó la importancia de los derechos económicos y sociales pues, sin la debida garantía vulneran las condiciones de igualdad y de paz.
Hoy, tras dos años y medio de pandemia, en medio de un conflicto potencialmente nuclear, entre gobiernos radicales —populistas, fascistas—, la desesperanza marca el tono de las personas y de las relaciones.
Durante algunos años, pudimos construir la ilusión de la vida; nos dimos el lujo de creer que la paz nos duraría para siempre; que los conflictos se mantendrían contenidos, puntuales, lejos de nosotros y que no volveríamos a vivir la tensión de la Guerra Fría: que ya no eran necesarios los refugios ni las previsiones. Pensamos que teníamos condiciones para realizar nuestros sueños, creímos en la idea de futuro.
Mientras ustedes leen estas líneas, Vladimir Putin continúa con la invasión a Ucrania; posiblemente hay un incendio que hace cenizas los pocos bienes de varias familias. Hay personas que están siendo torturadas, humilladas o vejadas por defender a los suyos.
Por su parte, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha planteado el riesgo de un Armagedón nuclear. La sola expresión de la posibilidad es una derrota moral y psicológica para las personas que tratamos de construir la paz.
Las condiciones —económicas, políticas y sociales— para hacer la vida son cada vez más difíciles; en especial, si el ecosistema y el tiempo están tan comprometidos. Lo que estamos viviendo es la máxima crueldad expresada en la violencia descarnada de la guerra; esa que nos prometimos no volver a permitir.
Cada vez que entro al salón de clase, me pregunto ¿cómo explicar a los estudiantes que un mundo en paz, en donde puedan hacer la vida, es todavía posible? No tengo una respuesta clara pero, aún sigo buscándola para ellos.
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